Pablo González Velasco es doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Salamanca, coordinador del periódico ibérico eltrapezio.eu y especialista en iberismo.
Con sus matices, los términos hispanidad, iberofonía e iberismo se refieren a mutaciones de un mismo concepto. El término “iberismo”, de forma literal y explícita, nace a mediados del siglo XIX. La “hispanidad”, a inicios del siglo XX. Y la “iberofonía” es del siglo XXI.
Tiene cierta lógica que el iberismo sea el más viejo de los tres porque viene a recomponer la primera unidad perdida, siendo contemporáneo de procesos unitarios liberales. Un punto de bifurcación se puede establecer en la asociación Unión Ibero-Americana (1885-1936).
Unamuno y Juan Valera fueron intelectuales que se movieron en ese terreno compartido.
Incluso el latinoamericanismo es una versión del iberismo en América para recomponer su unidad hispana e hispano-brasileña perdida.
Cabe destacar que inicialmente el iberismo tuvo más peso del lado portugués que del español; después tuvo un poco más de fortuna del otro lado. Fue recorriendo transversalmente diferentes ideologías (monárquicos liberales, republicanos federales, regionalistas) y campos de actuación, con cierta relevancia entre ensayistas y literatos. El mariscal Saldanha fue uno de los grandes iberistas portugueses. Muchos de estos héroes iberistas, en el caso de los españoles, están en el olvidado Panteón de Hombres Ilustres (Atocha; Madrid). Recomiendo su visita.
¿Cómo llamar a la huella en común de lo hispano y lo luso? ¿Cómo llamar al concepto de fondo de la hispanidad, la iberofonía y el iberismo? La respuesta es: Macroárea Cultural (Pan)Ibérica. ¿Qué implica esta macroárea?
Por un lado, implica la constatación de dos Identidades Culturales:
1) Identidad Cultural Barroca Iberoamericana, lo que incluye toda esa dimensión de la colonización ibérica en América, con su interpenetración de culturas, su barroquismo y su mudejarismo, fenómenos que estudiaba Gilberto Freyre con el concepto de hispanotropicología y con el precedente de la experiencia hispánica de Brasil en el periodo filipino (1580-1640; inaugurado por un iberista antes de su tiempo Felipe II).
2) Identidad Cultural Lingüística Iberófona, lo que incluye Iberoamérica, pero no sólo ella, sino también la África y la Asía que habla en español y portugués.
Por otro lado, implica un despliegue geopolítico que supera el mínimo umbral para ser un jugador internacional. La forma de abordar esta geopolítica tiene que ser sobre la base de criterios de igualdad entre Estados, sin eurocentrismos ni americocentrismos, con protagonismo de la África lusófona. No puede ser un neoimperialismo.
En consecuencia, ¿Qué método de análisis estamos utilizando? ¿Qué perspectiva multi e interdisciplinar utilizamos? Lo llamo: “Iberismo Metodológico”, que no necesariamente incluye un iberismo político. En palabras de António Sardinha: un “criterio hispánico de análisis”, en un sentido ibérico. Esa perspectiva metodológica ibérica es nuestra brújula periodística en EL TRAPEZIO. Son nuestras gafas para analizar la realidad política.
Entrando en el ámbito de las polémicas, y siguiendo con la aclaración de términos y conceptos, cabe decir que “Iberoamérica” es una “iberofonía incompleta” de casi 700 millones de ciudadanos. La hispanidad “hispana” serían 500 millones de hispanohablantes. La hispanidad “panibérica” llega a los 800 millones de iberohablantes: 500 millones hispanohablantes y 300 millones de lusófonos.
El problema semántico de la “hispanidad” ya lo advirtió Maeztu, dado que se debe especificar siempre si es la solo hispana o la panibérica. Este problema fue resuelto por Frigdiano Álvaro Durántez Prados con el término de “iberofonía”. Ahora bien, si se asume la hispanidad panibérica, hay que asumir de forma culturalmente iberista esa visión hispánica. Es decir, acostumbrarse a leer en portugués, fomentar la intercomprensión, actuar para corregir las asimetrías de información y defender ambas lenguas por igual, así como el resto de lenguas que estén en ese espacio lingüístico, respetando con cierto equilibrio la potencia natural de cada una de ellas. Si no es así, es mejor dejar la hispanidad para los hispanohablantes a fin de no confundir, lo que -por otro lado- no es excluyente.
Pueden existir dos niveles de convergencia: uno hispanófono y otro iberófono. No obstante, al existir el espacio iberoamericano, no tendría mucho sentido apostar por un repliegue que -de alguna manera- ya está cubierto, en el espacio panhispánico, por la Asociación de Academias de la Lengua Española.
Anti-iberistas
Lo cierto es que no sólo existe el iberismo, sino que también existe el anti-iberismo. Existen diferentes nacionalistas que atacan al iberismo. Hay nacionalistas españoles, en muchos casos lusófobos; en definitiva, macroseparatistas culturales del espacio ibérico, a veces de forma inconsciente, otras veces por una crítica a los ingleses en el trasero de los portugueses, pero después se olvidan de la subordinación histórica de España a Francia, como fue el desastre de la invasión napoleónica para las relaciones peninsulares.
Entre nacionalistas portugueses, el anti-iberismo es una parte central de su identidad. La Comisión Primeiro de Dezembro, en la segunda mitad del siglo XIX, realizó una inmensa campaña para meter a los iberistas portugueses dentro del armario.
Entre los nacionalistas separatistas, dentro de España, al igual que los portugueses, consideran al iberismo un imperialismo español. Algo que siempre ha sido desmentido por la lusofilia del iberismo español.
Por otro lado, hay sectores anecdócticos (los más amables) dentro del independentismo, como Joan Tardà, que ha reivindicado una articulación ibérica después de una separación, lo cual no tiene sentido. Un divorcio de esa entidad necesita odio ideológico para reafirmar la soberanía, eso es lo que pasó con Portugal.
Por tanto, por razones de Estado de Derecho, geopolítica (mínimo umbral) y por pragmatismo, no tiene ningún sentido esta vía, que -por otro lado- no tiene ninguna incidencia con el movimiento iberista portugués y español, que defiende la vía de la coordinación multinivel y pragmática definida en la Declaración de Lisboa.
Por otro lado, ese objetivo ulterior de reconstrucción del espacio institucional ibérico, por unos pocos ingenuos como Tardà, es un reconocimiento implícito de esa macroárea cultural ibérica.
Por tanto, lo natural es que esa semilla iberista acabe disolviendo las visiones separadoras que van más allá de la institucionalidad española.
Asimismo, además de la pata pragmática, el iberismo tiene una pata utópica sobre la cual muchos teorizan reordenaciones territoriales idóneas y la asunción de nuevos símbolos, en función de sus visiones subjetivas de la Península. No hay que asustarse por ello.
Por último, una aclaración sobre la interpretación histórica. Si las civilizaciones que pasaron y se instalaron en la Península fueron las mismas para lo que hoy es territorio portugués y español, entonces, independientemente de las circunstancias o de determinadas praxis institucionales, el resultado general -en términos de formación histórica y cultural- no puede ser muy diferente para el sustrato en el que se asientan las sociedades española y portuguesa.
Por tanto, es un error que, por un narcisismo freudiano de las pequeñas diferencias, convertido en una hiperreacción identitaria por las excesivas semejanzas, como decía Ángel Ganivet, nos lleve a justificar fronteras duras políticas, culturales y lingüísticas.
Por un lado, debemos reconocer esa herencia, esas huellas, ese pasado, esa antropología e historia en común, sin negar las diferencias reales, valorándolas como algo positivo. Y, por otro lado, es la hora de grandes alianzas en el espacio ibérico y panibérico, reafirmando nuestra voluntad para el presente y el futuro.
El movimiento iberista y el movimiento hispanista deben ser inclusivo de todas las culturas y civilizaciones de su espacio para hacer frente a la ofensiva del identitarismo; reconociendo la parte positiva de las contribuciones de todos los grupos culturales. No caben leyendas negras ni para aztecas ni para españoles. Y es más que saludable tener una visión positiva de todos los legados del pasado, por eso considero que, independientemente de las modas históricas, el (pan)iberismo es más pluralista, conciliador e inclusivo que lo que predomina entre el hispanismo.
Aunque el bajo etnocentrismo español (que no inexistente ni inmune al racismo cultural global), consecuencia de su tradicional ecumenismo y mixofilia, explique el éxito interno de la Leyenda Negra, la solución contra natura sería apostar por un proyecto etnocéntrico. Menos aún por un proyecto que parece sacado del personaje cinematográfico Torrente -pero sin gracia- y subordinado a la internacional protestante de Trump.
Repensar la fiesta del 12 de octubre
El 12 de Octubre, establecido como Día Nacional por un Gobierno socialista, da un visión universalista de la españolidad. Probablemente tendría más sentido un Día Nacional, diferente del Día de la Hispanidad, que tenga que ver con una efeméride de la Constitución de Cádiz o de Cervantes.
En los 12 de Octubre es importante recordar que una visión antropohistórica pasa necesariamente por el derecho de cada individuo y cada pueblo, y esto sirve tanto para colonizados como para colonizadores, a ser juzgado por un relativismo cultural (que no moral) moderado, en virtud del nivelador ecuménico e internacionalista de la Humanidad, en favor de un análisis complejo y de la minimización del sesgo de autoconfirmación ideológica.
Críticas con fundamentación de uno y otro lado deberían poder dialogar y debatir. Sin negar, claro está, el derecho de juzgar a los otros y con el límite del abuso de generalizaciones simplistas. Aquello de “eran hombres de su época” sirve para todos. Y cada civilización, religión e ideología, de una forma o de otra, tiene un genocidio en el armario. Nadie se escapa.
Para profundizar más sobre estas cuestiones, dentro de escasas semanas podrán leer mi tesis sobre “Gilberto Freyre y España: la constante iberista en su vida y obra”.