Artículo de
José Carlos Rovira
Profesor emérito de la Universidad de Alicante.
Mandé un mensaje, a través de la profesora Ana Laguna, para el homenaje que se realizaba a Guillermo Bernabeu el 20 de Septiembre en la Universidad de Alicante. Decía en él: “No estoy en Alicante, estoy bastante lejos, el día que dedicáis el merecido recuerdo-homenaje a Guillermo Bernabeu. Ocurrió lo mismo los días en que falleció y ahora quisiera hacer llegar mi evocación. Fue un gran amigo, cuya amistad venía desde el bachillerato en el Instituto Jorge Juan, y prosiguió años después en el Instituto de Xixona, cuando ya éramos profesores, y siguió en la Universidad como profesores y como miembros del equipo de gobierno. Hay en todos estos años viajes, encuentros, tareas resueltas y para mí la imagen de quien fue un grande en la vida y en la profesión, en la política también. Pero sobre todo es en la vida donde evoco a alguien con quien recupero memoria hasta de sus últimos meses y de quien espero que me prepare un hueco en cualquier estrella, de las que conoció perfectamente, que sea cómoda y en la que se encuentre ahora mismo”.
El motivo de las estrellas parece inseparable de su vida y de nuestra relación; recuerdo un día en que intentó explicarme, hacia 1990, el tema de su tesis doctoral titulada Vientos estelares en estrellas 0. Me hablaba de vientos estelares, de luminosidad, de masa espacial, de flujo material, de resonancia ultravioleta…le confesé al poco que no entendía casi nada y le reiteré que las únicas estrellas que podíamos compartir eran las del final del infierno de Dante: “e quindi uscimmo a riveder le stelle”. (“y entonces volvimos ver las estrellas”). Y nos reímos acordándonos de un encuentro anterior.
Era una vieja historia de cuando fuimos catedráticos y él además director del Instituto de Xixona, adonde llegué creo que en 1981 y estuve hasta el curso 1985-1986. Teníamos poco más de treinta años y, aparte de dar clase, nos los pasábamos muy bien. Hay en esos años muchos recuerdos importantes de personas y episodios.
Aquellos días de Florencia
Creo que el encuentro más significativo lo tuvimos el año de 1985, el primer trimestre del curso, que fue el último antes de pasar como profesores a la Universidad. Habíamos conseguido los dos una beca de tres meses, entre las que convocaba la Generalitat valenciana para profesores de enseñanza media. Recuerdo un viaje aéreo a comienzos de octubre, en el que los dos íbamos juntos al mismo país, Italia, aunque a destinos diferentes: Guillermo, a Trieste; yo, a Florencia. Al despedirnos en el aeropuerto de Milán, quedamos en vernos en los dos sitios, pero quien cumplió el compromiso fue él, visitándome en Florencia a comienzos de noviembre. Fueron días muy intensos.
Guillermo, que estaba becado en el Observatorio Astronómico de Trieste y cursando estudios de Posgrado en la Escuela Avanzada de Física de la Universidad, decidió venir unos pocos días a Florencia a ver la ciudad y desde luego a visitar el más trascendente centro histórico-científico de la misma, el Museo de Historia de la Ciencia (ahora se llama Museo Galileo), uno de los más importantes de Italia, que contiene por ejemplo una sala con los originarios telescopios de Galileo. Por la tarde de aquel día, cerramos la jornada en un café de Piazza de la Repubblica, brindamos con cerveza, repitiéndonos el famoso y mítico “Eppur si muove”.
Los otros días fueron de visitas imprescindibles al arte inacabable de la ciudad, entre las que recuerdo una particularmente divertida. Yo, que había vivido dos años antes en Florencia, mantenía una costumbre con las personas próximas que nos visitaban: llevarlos al Convento de San Marco, en la Plaza homónima, para que vieran esa maravilla de las celdas con pinturas de Fra Angèlico. Realicé con Guillermo una acción habitual tras pasar los dos patios del convento. Al pie de la escalera que sube a las celdas, le dije que cerrara los ojos y lo subí de la mano al final de la misma, diciéndole que los abriera precisamente ante una de las anunciaciones de fraile renacentista, quizá la más bella. Recuerdo la cara asombrada, hasta boquiabierta de Guillermo y las bromas sobre la cara de pueblerino que se le había puesto. El 17 de mayo de 2022, tras preguntarle en un whassap cómo estaba, obtuve esta respuesta: “…yo me encuentra mejor, con molestias pero mejor. Lo terrible es la incertidumbre ante el futuro. Me dicen que viva el día a día, pero es bastante complicado. Aunque nos vemos muy poco, la verdad es que te siento muy cercano y me vienen a la memoria tantas cosas que hemos vivido juntos. Inolvidable para mí la Anunciación y tú viendo mi cara de (…) pueblo”.
Recuerdo de aquellos días, cuando él me hablaba de sus búsquedas de 110 estrellas desde el observatorio de Trieste, mis respuestas literarias con las estrellas de Dante, las que cerraban cada uno de los tres cantos de la Comedia. Lo mío era un recurso para hablar de las estrellas desde diferentes campos del saber; el suyo era la astronomía, junto al mío que es la literatura.
No puedo comentar, por desconocimiento avanzado, los saberes que expresó en múltiples publicaciones, una parte importante dedicada a la didáctica de la física, en la dirección de tesis doctorales, en su magisterio en la Universidad de Alicante. Sería absurdo que yo lo intentase hacer.
Me quedan reflexiones finales que me surgieron los días de su fallecimiento, cuando yo estaba lejos: pensé en que le había dicho alguna vez que estaba, como al final del Purgatorio de Dante, “puro e disposto a salire alle stelle”, (“puro y dispuesto a subir a las estrellas”); o quizá más concretamente pensé en su mujer, sus dos hijos, sus amistades que se esparcían por el mundo, y evoqué aquello que cierra la Commedia y que creo que le dije en aquel encuentro del 85 en Florencia: “L’amor che move el sole e l’altre stelle” (“El amor que mueve el sol y las otras estrellas”).
En el recuerdo he pensado que Guillermo Bernabeu, catedrático de física de mi universidad, y yo, desde la literatura, logramos mantener siempre un diálogo sobre una tema que nos era vital, por la vida, por la astronomía y por la literatura.