Como decía Antonio Carrillo Alonso en su tesis doctoral (ha llovido desde entonces), el flamenco es una búsqueda desesperada de comunicación. Sé que no es una cita textual, pero son perlas que se te van quedando de los libros que uno “bichea”. Antonio Carrillo, desconozco si intencionadamente, se acercó de forma muy seria al fenómeno sociológico del hecho flamenco. Y lo cierto es que en la conversación del desayuno de hoy con mi amigo y confidente Rafael Suarez, estábamos de acuerdo en diferenciar distintos tipos de búsqueda. Es decir, que existen diferencias sustanciales entre el flamenco de barra y el de la reunión, porque en la posición y en la situación va implícita la actitud… Si en el primer caso se permanece de pie, lo que implica un estado de temporalidad limitada o eventualidad; en el segundo es necesario tomar asiento, lo que implica la ausencia de prisa. Si en el primero todo tiene cabida, porque se asume la situación de precariedad y la condición de aficionado (salvo honrosas ocasiones), el sentarse implica el acomodo y la complicidad de las cosas bien hechas. Si en la barra prima la expresión sobre el gallo o la nota desafinada, en la reunión sólo tiene cabida la calidad artística. Si en la barra se canta corto y se asume la réplica o el pique, en la reunión, al no haber prisa, se permite la extensión del artista y el disfrute de la escucha.
La barra es hostil al compás, sobre todo si el velador es de mármol, pero invita a la confidencia del “yo te canto a ti”; mientras, la reunión permite que la plataforma percusiva sea el elemento aglutinador del mensaje, y la disposición sea el disparadero de la exhibición artística, sin personalismos.
En la balanza de la reunión, el arte y la comunicación es mucho más equilibrada que en la balanza de la barra, donde la comunicación tiene más peso que el arte. Y en cambio, si sometemos estas dos formas de flamenco a la balanza del disfrute, es bastante posible que el equilibrio sea perfecto. Por eso, es conveniente cultivar ambos formatos.