Alcaraz hace unos meses acaba de publicar la novela La “Conjura de los poetas”, una biografía novelada, con nombres reales, de Javier Egea, poeta granadino que se suicidó en l999. Egea es el exponente máximo de la posibilidad de una poesía materialista, frente a la lírica burguesa del yo íntimo y libre.
Javier Egea resiste y no acepta esa nueva etapa acomodaticia. Una etapa que es el principio de la posmodernidad española, donde el poder se traslada de la obra al nombre, y surgen líderes y camarillas, neutrales y comerciales, que marcan una norma en poesía: la poesía de la experiencia. Lo dice Egea: “Lo solitarios son esos que le dicen a su amada: me quedo solo, pero no me vendo”. Y Egea pasa, a través de un proceso de aislamiento, a la soledad, incluso a la clandestinidad.
Los poetas de la experiencia, teniendo como referente dos fechas, 1982 (en que arrasa la imagen del cambio) y 1989 (en que cae el Muro de Berlín), construyen una “norma” que va a regir la poesía de forma totalizante, y que penetra subvenciones y concursos, y da carta de naturaleza a los poetas que en España han sido publicitados y han tenido el apoyo de la crítica y las editoriales.
La conjura de los poetas es una novela, o una biografía, no sobre detalles, anécdotas o psicologías. Es la biografía de un proyecto transformador, y de su derrota a manos de la literatura de consumo y sus estrategias. No obstante, una vez pasada la etapa de aislamiento, y tras el suicidio, Egea aparece en la literatura española como uno de los grandes poetas del siglo XX y, desde luego, el que más allá llevo la posibilidad de una literatura de clase.