‘El intéprete’ conquista el Maestro Padilla

“Seguiré cantando solo, para no estar solo”. Esa frase, repetida por Asier Etxeandia varias veces durante ‘El Intérprete’, encierra la fragilidad de un niño de nueve años, verdadero protagonista de la obra que conquistó al numeroso público que asistió el viernes al Auditorio Municipal Maestro Padilla, en una de las convocatorias más esperadas del programa ‘Otoño Cultural’ puesto en marcha por el Área de Cultura del Ayuntamiento de Almería. Durante casi dos horas y media, el actor bilbaíno realizó un imponente despliegue físico e interpretativo, casi extenuante, con el que entre canción y canción, presentó su mundo libre e imaginario. Un mundo refugio, donde el público era sus amigos invisibles y el teatro una ensoñación dentro de su habitación.

De esta forma, Etxeandia demostró que es un artista global, sin barreras. Con un derroche vocal como cantante, pero también interpretativo, tanto en momentos dramáticos como en los hilarantes, todo ello con una expresión corporal que fue desde la inocencia más pura a la lascivia más incontrolada, a la militancia atea más visceral o al descontrol animal.

Y eso que el inicio fue bastante sobrio y no parecía presagiar la tormenta que vendría más adelante, con canciones como ‘El Cantante’ de Héctor Lavoe, ‘Puro Teatro’ de La Lupe, o ‘Luz de Luna’ de Chavela Vargas, donde vino el primer recuerdo a su madre. Y es que la obra ‘El Intérprete’ es una auténtica confidencia por parte de Asier, que desgrana los puntos clave de su infancia, en la que se sentía inadaptado, por el solo hecho de ser creativo, de querer “actuar, cantar, interpretar, soñar y amar”. Rechazo porque no era como los demás dicen que hay que ser. Su transformación en hombre lobo sobre el escenario fue sobrecogedora, como lo fue la explicación buscada de por qué los niños le pegaban y se reían de él, “la gente pega, juzga y ridiculiza cuando sienten miedo, me tenían miedo”. Una enseñanza inocente extrapolable al mundo adulto.

Poco a poco la noche entró en calor y a partir del cabaretero recuerdo a su ‘Bilbao’ y su incendiaria ‘Tú Te Me Dejas Querer’, con coreografía incluida, el Maestro Padilla se sumergió en una espiral de desenfreno y alegría desmesurada. Paseos sobre las butacas, botella de tequila pasando de mano en mano entre el público… “En este Auditorio está permitido bailar”, y tanto. Pero aún quedaban momentos de tensión, como un imborrable y tenso monólogo, entre el síndrome de abstinencia y locura, sobre el ‘antiamorol’, un poderoso fármaco contra la libertad y el placer, que finalmente tiraría por los suelos antes de confesar que le gustaría cantarle a su padre su balada favorita, ‘I’ll Never Fall In Love Again’ de Tom Jones. Los sueños confesos de un niño.

El componente catártico de ‘El Intérprete’ es el verdadero secreto de un espectáculo hipnótico y la traca final fue buena prueba de ello. Acompañado en todo momento por un elenco de músicos cómplices, Tao Gutiérrez a la percusión y electrónica, Guillermo González al piano y Enrico Bárbaro al contrabajo, Exteandia se reservó para el final una juguetona conversación ficticia entre dios y diablo, preludio de la dulce y decadente ‘Walk On The Wild Side’ de Lou Reed, el descaro lascivo de ‘Por Qué A Mí Me Cuesta Tanto’ de Fangoria, ‘Like a Virgin’ de Madonna o Camilo Sesto. Para finalmente cerrar con su faceta más rockera con ‘Me and Bobby McGee’ de Janis Joplin, ‘Rock and Roll Suicide’ de David Bowie, presentada con cartulinas a lo Dylan, y el delirio final con ‘Sympathy For The Devil’ de The Rolling Stones.

Ayer Etxeandía hizo fácil algo tan difícil como transportar a todo un Auditorio al mundo de los sueños, al mundo imaginario, que traza la verdadera realidad. Los golpes en la puerta de su padre, “se conoce que es muy tarde y estamos haciendo demasiado ruido”, pusieron fin a una actuación soberbia, no sin antes hacer un guiño al ‘Gracias Por Venir’ de Lina Morgan.

“Cuando era pequeño, era un niño raro”. Ayer ese niño hizo disfrutar a un público muy real, que lo despidió con una ovación cómplice.

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