La crisis se ha cebado sobre el mundo de la información, sobre los tres medios de comunicación: prensa, radio y televisión, de una manera dramática. Los despidos de periodistas y cierres de medios se han producido de forma tal que hoy día las garantías de una información con rigor y coherencia, a salvo de depredadores, cada vez son menores. Desde hace tiempo, incluso antes de la crisis, se puso en marcha el desmantelamiento del periodismo tradicional, fundamentalmente ante la hegemonía de las nuevas tecnologías. Internet avanza imparable e invencible. Y por si fuera poco, llega la gran crisis. Quien más y quien menos, entre los periodistas y estudiosos de la información, auguran desde diversas posiciones a nivel mundial, que el periodismo tiene los días contados.
Lo grave, injusto y peligroso es la forma en que se produce la demolición del periodismo. La estrategia de los despidos y recortes que sufre el panorama periodístico en la actualidad conlleva el drama social que acompaña a cada despedido, a cada periodista, a cada trabajador de medios de comunicación (imagino que igual que en otros sectores de producción).
Y las decisiones se toman la mayoría de las veces desde la frialdad de los números económicos (otra frivolidad), desde posiciones dominantes que responden, muchas veces, a actitudes perversas para justificar un nuevo giro al negocio de la empresa. Es difícil encontrar corazón en las decisiones de derrumbe. ¿A quién le importa, salvo a ellos mismo, que miles de periodistas sean despedidos en nuestro país? (millones de trabajadores en todo el mundo por una crisis programada desde las grandes finanzas y estrategias especuladoras mundiales).
Por eso, la fecha del 1 de marzo ha sido escogida en toda España para la concentración de protesta de los periodistas (a las 11.30 horas en Puerta Purchena de Almería), contra esta realidad que está sacudiendo a una profesión sometida desde siempre a toda clase de riesgos, desprecios y humillaciones en todo el mundo (asesinatos, encarcelamientos) y que no renuncia al rigor de la información y a la libertad de expresión, a no ser neutral, a ponerse al lado de quines no pueden esgrimir su defensa. Muchas veces, en contra de los criterios de las propias empresas periodísticas. Y todo a cambio en la mayoría de los casos de puestos de trabajo y salarios en precario o nada relevantes, aceptan lo suficiente para resistir día tras día con dignidad.
En 1997, el profesor Martínez Albertos (Universidad Complutense) publicó el libro “El ocaso del periodismo”, fundamento para la celebración en Almería (2008), de las I Jornadas de Periodismo, con el mismo título, organizadas por el Aula de Ciencias de la Información del Instituto de Estudios Almerienses. Las conclusiones, con matices, es que el periodismo tradicional tiene los días contados. Pero el profesor Martínez Albertos, en su intervención en Almería, advirtió: “Lo realmente peligroso, a mi juicio, es que también está en vías de extinción la propia identidad del Periodismo, es decir, la vigencia socio-cultural del concepto clásico de Periodismo”. Lo dramático es que la agonía del periodismo arrastre también los cimientos de la democracia.
La cuestión es compleja y todavía hay diversidad de criterios. Las empresas periodísticas se han sometido a una profunda metamorfosis, se han sobredimensionado para consolidar y ampliar sus territorios de influencia, negocio y poder, tras lo cual el empresario, salvo excepciones, es el eje y controlador de todo el proceso de la información. Los periodistas (y más si piensan por su cuenta) están destinados a seguir las pautas, a mantener los silencios adecuados, a aceptar las imposiciones del sistema, donde las elites de la información, economía y política van de la mano. Y en caso contrario, el periodista es un número anónimo al que se tacha con una cruz en un papel, eso cuando menos. Y ante este presente y futuro, no hay sitio para el silencio y sí para la protesta.