Al final la realidad no es como deseábamos. Y el mundo se ha convertido en otra cosa. De ahí el desencanto y la decepción del periodista. En parte, todo se debió a la evolución de unos acontecimientos, impulsados por los intereses de un sistema que manipuló la orientación de los ciudadanos desde el poder. Y lo que inicialmente fue un entusiasmo general, del que el periodista no está arrepentido, se fue convirtiendo en escepticismo. El periodismo, en estas circunstancias, se convirtió en un observatorio del paso del tiempo, de manera que cierto periodismo, comprometido, incluso a sabiendas de las incertidumbres y debilidades propias, fue testigo directo de la evolución de los protagonistas públicos, de los intereses, de la corrupción política, de la servidumbre periodística, del espectáculo lamentable de la cultura oficial, entre otras cosas. Una representación social, determinada por los poderes de decisión, un lugar ajeno al sentir de la calle. Y así, poco a poco, el tiempo nos fue conduciendo agónicos hasta cerrar el círculo del siglo XX, en medio del mayor de los silencios. De esta manera, el paisaje del exterior, nuestro paisaje más íntimo, fue obligado a su transformación hasta hacerse irreconocible. Nuestro entorno se convirtió en un territorio ajeno. Y nosotros, parte de los nuestros, nos sentimos extraños, exiliados en nuestro paisaje, condenados a un destierro interior, desde la resistencia.
Esta reflexión la escribí el 12 de diciembre de 2009, en pleno invierno, y explica las razones de mi particular ‘Crónica espiritual del Desencanto’, serie de diez artículos publicados en IDEAL-Almería, en 1988, fruto de la reflexión en voz alta del periodista sobre la realidad almeriense, y que ahora, en junio de 2011, ve la luz en un libro editado por el Instituto de Estudios Almerienses. El sentido de aquella ‘Redacción abierta’ en la transición democrática tiene aquí su propio espacio para reafirmar el derecho propio a esta confesión periodística ante el público, ya en el siglo XXI.
El año 1988 fue un año especial para este sentimiento contra la realidad, teniendo en cuenta que el 14 de diciembre, meses después de la publicación de la ‘Crónica espiritual del Desencanto’, tuvo lugar la huelga general de mayor repercusión de la democracia tras la dictadura. El hecho es que se fue abandonando el ideal de la utopía ante la imposición de la realidad. Un proceso que ha ido ampliándose con el desmoronamiento de los ideales hasta alcanzar el siglo XXI.
Las novelas de Jean-Paul Sastre, ‘El engranaje’ y ‘La suerte está echada’, adquirieron sentido en la España de la Transición. Nada es como se esperaba. La unanimidad, eso sí, estaba en el rechazo radical de la Dictadura del Franquismo. En eso, salvo residuos franquistas, estábamos todos de acuerdo
Ahora, ya en pleno siglo XXI siguen vigentes los sentimientos y las ideas del periodismo crítico con la realidad. Creo que aquella confesión periodística personal mantiene su vigencia, que el paso del tiempo habrá podido modificar algunos de los sentimientos, pero en general se mantiene la actitud personal, como un gesto que busca, no tanto provocar, como dejar al aire libre una forma de pensar desde el sentir de una forma de entender el periodismo. Se trata, pues, de una invitación de que, tal como están las cosas, éste es un gran gesto de rebeldía y de protesta, que es precisamente lo que se pretende con este reencuentro, especialmente dedicado a los compañeros periodistas que compartieron aquella ‘Redacción Abierta’ y consiguieron sobrevivir.
(Junio, 2011, en los días finales de primavera)