La imagen es la palabra del cine. Es una regla básica y fundamental para situar la creación cinematográfica en el mundo del arte, en el mundo social de la cultura en todas sus dimensiones. A través de las imágenes y de la imaginación creadora, el cine se convierte en un instrumento para analizar e interpretar el mundo, la historia y la realidad. La imagen es el núcleo del discurso fílmico, pues, y a través de ella surgen las emociones, las historias, el pasado, el presente y el futuro de la vida con todas sus sensaciones de amor, odio, alegría, tristeza, información, conocimiento. En lo colectivo y en lo personal (individual). Sirve para conocernos, posiblemente, tal como somos, como pudimos haber sido. En eso, el cine es único. Y para recordar el sentido de la imagen cinematográfica ha venido muy oportuna la película “The Artist” (director: Michel Hazanavicius), que tanto revuelo ha armado y que ha sorprendido a propios y extraños del mundo de los cinéfilos, por tantos premios en los Óscar y sobre todo por el éxito de público en numerosos países.
Con una historia simple, en los alrededores de un serial o culebrón romántico, en blanco y negro, y siguiendo las reglas del histórico “cine mudo” o silente. Es decir, que en el siglo XXI, en pleno desarrollo del cine en tres dimensiones, con multitud de efectos especiales, era de la informática y de las nuevas tecnologías, una película en blanco y negro y muda, con una historia simple, arrasa y deja al descubierto que la sensibilidad del arte es más sencilla y no necesariamente necesita de alardes, aunque la tecnología haya hecho posible, indudablemente, la evolución de la imagen cinematográfica. “Te Artist” ha venido, con todo merecimiento, ha recordarnos la esencia del cine, que en muchas mentes parece que se ha olvidado. Si la esencia de la imagen falla, por mucha historia profunda que queramos contar, el cine se desvirtúa, corre el riesgo de convertirse en panfleto y se desmorona, por mucho éxito de taquilla que le pongamos. El paso del tiempo pasa factura.
La cuestión, de todas maneras, es que “The Artist” llega en un tiempo en que hay itinerarios creadores que mantienen el principio de la imagen como núcleo narrativo. Y aquí comparece el cine oriental (“La isla desnuda” de Kaneto Shindo, es un claro ejemplo), la influencia del neorrealismo en un cine vital y sugerente (“Nader y Simin, una separación”, del iraní Aaghar Fahandi, Óscar a la mejor película de habla no inglesa); la vía de un posible cine español que ha quedado escondido con la ausencia de Víctor Erice (“El espíritu de la colmena”, “El Sur”), el cine de Latinoamérica (“Wiskhy” de Pablo Stoll y Juan Pablo Revella) o el nuevo cine argentino o el nuevo cine italiano. También comparecen otros caminos creativos, muy personales, que mantienen el principio de la imagen narradora y sorprenden por las historias que cuentan. Su maestría es innegable, aunque no siempre encuentren el fervor del gran público. Es el caso de Terence Malik, con “El árbol de la vida” y de “Melancolía” de Lars Von Trier (mejor película europea del año), dos extraordinarios filmes; pero “The Artist”, se cruzo en su camino en los Óscar, donde la Academia de Cine de Estados Unidos es normalmente poco dada a premiar a los cineastas-autores personales que van por libre. Es una mirada del cine que expresaron muy bien, entre otros, Ingmar Bergman, Orson Welles, Carl Dreyer, Murnau.
En el caso del cine español, los acontecimientos de los Goya han marcado otra actualidad en un reconocimiento a historias reflejadas por el contexto social y político que nos acompaña. Así se explica, por ejemplo, la sobre-valoración que se ha dado a la última película de Benito Zambrano, “La voz dormida”, curiosamente en sintonía de estilo con “Las trece rosas” de Emilio Martínez Lázaro. Ambas películas cumplieron su papel de desvelar acontecimientos trágicos de la guerra civil, no muy conocidos, pero lo podían haber hecho mejor. Y en esta coyuntura de obras medianas se impone “No habrá paz para los malvados” de Enrique Urbizu, con el efectismo de José Coronado en una historia de las que el cine estadounidense nada en abundancia con sus “thrillers” y que el cine español suele ignorar y empieza a desarrollar mirando hacia adentro, lo que no está mal.
El efecto de “The Artist”, tras cumplir su misión, de todas maneras pasará. Seguro. Y el cine seguirá dando vueltas, contando historias de siempre y nuevas, con imágenes, sonido, música, luz y palabras, sobre todo con imágenes, aunque haya cineastas que parecen haberlo olvidado o que no lo han aprendido. Y todavía están a tiempo.