Carlos Pérez Siquier sale de cacería

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    Es propicia la luz, esta luz de Almería cómplice de hermosuras. Carlos Pérez Siquier coge su maquina y sale oteando la belleza, en disposición de persecuciones y acecho.

    La ciudad por delante, el litoral en conjunción del ala con la vela, la tierra maltratada, el respirar del hombre, un sol en parpadeos… Carlos, que desbordo hace tiempo los brillantes tapiales de la técnica, que cumplió peritaje de amaneceres y crepúsculos; sale de cacería incruenta y amorosa, secuestrando hermosura, multiplicando estampas, dando testimonio de haberle ganado el pulso a la Naturaleza y a la Vida. Sus pupilas de cazador siempre atentas, alertadas y audaces, tienen además de esos dones de agilidad inteligente, una especial manera de mirar el mundo. Por eso es artista, situado en ese hueco exacto que tiene el fotógrafo, entre el pintor y el poeta, con gesto de haber llegado el ultimo empujado por un mágico invento de acumuladas ciencias, de conquistas decisivas del hombre científico, pero ocupando un legitimo lugar en las cumbres del arte; un lugar sobresaliente, ganado en fronteras de pincelada y de victoria frente a la expresividad de la palabra.

    Repasamos catálogos, iluminamos galerías del recuerdo. Aparece una Chanca en carne viva, escoriada por un húmedo beso de mar, por la bofetada sin piedad del Levante. Forja historias abstractas la mordedura pertinaz del tiempo. La pupila de Carlos ejerce cirugías de ternura por el desvalimiento de cal de las fachadas. Detrás pensad al hombre erosionado, en blanco y negro. Derrumbe de hermosura desconchada. Arañazo de historia escrita en un paisaje de blancas agonías. Azules, ocres, blancos, definitivos blancos…

    Verdes agonizantes de paraíso perdido. Colores indecisos de barca flagelada. Definitivamente se ha logrado el milagro: belleza en el escombro. Repasamos catálogos. La pupila de Carlos rondando al hombre y sus alrededores.

    Automóviles en camisón de dormir. Viejos automóviles de fauces abiertas, abandonados en la soledad del paisaje, monumentos al derrumbe de vida tras las velocidades del tiempo. Una larga cuneta con muros blancos; acaso sea eso la vida, quitamiedos para morir. Aparece Almería en su cotidiana desnudez, bella de esquinas rotas, y parece surgir un paisaje fantasma de ciudad demolida, detrás de esa esquina salvada, de ese montón de sal en la memoria, en lejanía de umbrales del esparto y la sed.

    La pupila de Carlos se libera hacia el mar, para acechar a sirenas inválidas, frágiles cordilleras de doncellas tendidas, un paisaje de dunas y pezones. Su mirada se hace infinita en recolecciones de la luz.

    Que haría Carlos si no se hubiera inventado la fotografía? .Que habría hecho si hubiera nacido en tiempos pasados antes del prodigio? .Como habría proyectado su personalidad, su riqueza de sensibilidades en armonía creadora? .Habría iniciado los balbuceos del verso? .Habría respondido con pinceles a la llamada poderosa del sol? Hay que tener la certidumbre, teniendo en cuenta su temperamento con capacidad de fecundidades, su particular manera de mirar a seres y cosas, su vigilancia del mundo, que habría iniciado andaduras por algún otro camino del arte o la literatura. Su plena realización como poeta estaba asegurada desde su nacimiento a la vida. Se encontró con el invento mágico y descubrió que era posible poner en el rapto de la imagen contagio de alma, tonos inéditos, clamor de sugerencias.

    Final de jornada. Ya de atardecida vuelve Carlos hacia su casa, secuestrada la luz para crecer sus colecciones de belleza, con pupilas de sueno cumplido. Y pienso en mis regresos de niño cazador de pájaros, habiendo conseguido llenar una jaula de avecillas multicolores, empavorecidas, para después descorrer los alambres de la puerta, devolverlas al cielo de una en una. ¿Para que aquel esfuerzo? .No seria también un deseo de ganarle el pulso a la Naturaleza? De aquellos juegos con principio de crueldad y finales de arrepentimiento, solo quedaba una jaula vacía, un temblor de plumas entre los dedos, y el compartido gozo de un trinar en huida, en recuperada libertad. Cuando regresa Carlos con luces enjauladas y ocultas, sabe que por álbumes y estancias crecerá la hermosura que ha sabido raptarle al mundo.

    Regresa Carlos entra en su casa. Se cierran las pestañas del sol más allá de montes descarnados y de torres. Teresa corre un visillo. Un suspiro ultimo del sol se filtra por el postigo y se despide de Carlos hasta el día siguiente.

     

    Articulo incluido en el V. 3 de las obras completas de Julio Alfredo Egea, editada por el Instituto de Estudios Almerienses.

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