Blas Cabrera, de ‘anfitrión’ de Einstein en España a padre de la física moderna española

Visita de Albert Einstein a Madrid en marzo de 1923.

Artículo de Francisco A. González Redondo
Profesor Titular de Historia de la Ciencia de la Facultad de Educación-Centro de Formación del Profesorado de la Universidad Complutense de Madrid (UCM)  

Blas Cabrera suele considerarse que fue el “padre” de la física moderna en España, una realidad que comenzó hace cien años, cuando jugó el papel de “anfitrión” durante la visita de Albert Einstein a España, acontecimiento que marcó un punto de inflexión en el proceso de convergencia científica con Europa durante nuestra Edad de Plata.

Cuando se analiza con detalle la fotografía “oficial” tomada en la Universidad Central de Madrid durante la visita de Albert Einstein a la capital en marzo de 1923, tras su paso por Barcelona y antes de viajar a Zaragoza, se observa la presencia del físico alemán en el centro de la imagen, al rector José Rodríguez Carracido a su derecha (a nuestra izquierda), el decano de la Facultad de Ciencias y a Luis Octavio de Toledo, a su izquierda.

Pero, rápidamente, antes de “ver” a Miguel Vegas a la derecha de Carracido y de fijarnos en el conjunto de catedráticos que los acompañan de pie, detrás de ellos, nos llama la atención un hecho insólito e “innecesario”: en el extremo inferior derecho de la fotografía, sentado medio metro por delante de todos los retratados, sonriente, sintiéndose más protagonista de la escena que el resto de los presentes, aparece un joven catedrático: Blas Cabrera Felipe. Conozcamos su trayectoria y situemos en ella el momento de esa visita de Einstein a España que marcó un punto de inflexión en el proceso de convergencia científica con Europa durante nuestra Edad de Plata.

Los primeros pasos hacia la física moderna en España

Blas Cabrera ha pasado a la historia considerado el “padre” de la Física española del siglo XX. Nacido el 20 de mayo de 1878 en Arrecife (Lanzarote), la familia se desplaza a Tenerife al poco tiempo al conseguir su padre, Blas Cabrera Topham, la plaza de notario en La Laguna. En septiembre de 1894 el joven Blas se trasladaba a Madrid para estudiar Ciencias Físico-matemáticas, contrariando los deseos de su padre, que quería que estudiase Derecho. Terminada la Licenciatura en 1899 y obtenido el Grado en 1900, sus estudios de Doctorado coinciden con la eclosión del movimiento regeneracionista que vio el nacimiento del Ministerio de Instrucción Pública y la correspondiente reforma universitaria.

El 14 de octubre de 1901 presentaba su Tesis Doctoral y, unas semanas después, era nombrado Profesor Auxiliar temporal de Física Matemática, Cátedra que ocuparía interinamente tras el fallecimiento en 1904 de su titular, Francisco de Paula Rojas. En esos años el joven físico realiza investigaciones experimentales, reflexiona sobre los descubrimientos de sus colegas europeos… y va orientando sus preferencias científicas hacia el Magnetismo, con una trayectoria vital ligada a los momentos esenciales de la cultura y la ciencia españolas de la primera mitad del siglo pasado.

Y es que Blas Cabrera es fruto de la actuación de los “mentores” de nuestras Ciencias, los que dieron nacimiento y acogida a las “generaciones tuteladas” de científicos españoles: esos jóvenes prometedores en los que, cuando aún no habían podido demostrar apenas nada, los “mentores” van a depositar las esperanzas en la renovación de la Ciencia española. En efecto, en noviembre de 1902 el Decano de la Facultad de Ciencias proponía al Rector que Cabrera ocupase interinamente una de las Cátedras aún sin convocar. En enero de 1903, ya se le había encomendado formar parte de la Comisión que debía designar la primera Junta Directiva de la Sociedad Española de Física y Química. Finalmente, el 30 de enero de 1904 se convocaba la nueva Cátedra de Electricidad y Magnetismo (nacida de la reforma del primer ministro de Instrucción Pública, Antonio García Alix), que Cabrera obtendría el 18 de febrero de 1905 (Figura 2).

Ese mismo año Albert Einstein escribió los cuatro artículos que le irían encumbrando a medida que la comunidad internacional fuese entendiendo su relevancia: “Sobre un punto de vista heurístico relativo a la producción y transformación de la luz”, “Sobre el movimiento requerido por la teoría cinético molecular del calor para partículas pequeñas suspendidas en fluidos estacionarios”, “Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento” y “¿Depende la inercia de un cuerpo de su contenido de energía?”. Y sería precisamente Blas Cabrera el primero que citase al físico alemán y su relatividad especial en la conferencia plenaria sobre “La teoría de los electrones y la constitución de la materia” que impartió el 26 de octubre de 1908 en el congreso de Zaragoza de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias (AEPC).

Si sus maestros le habían concedido la Cátedra en 1905, con apenas veintiséis años, en 1909, con poco más de treinta, las autoridades socio-científicas de la época lo aupaban a la mayor gloria que podía alcanzar en nuestro país un físico: era elegido Académico de Número de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Aunque en su discurso de ingreso, leído ya en 1910, siguió hablando de “El éter y sus relaciones con la materia en reposo”, reconociendo que no podía dedicarlo “a uno de los problemas más interesantes de la Física moderna: los fenómenos que se producen en la materia en movimiento”, a los pocos meses empezaba el primer libro que se dedicaría en España a la relatividad, sus Principios fundamentales de Análisis vectorial en el espacio de tres dimensiones y en el Universo de Minkowski, que iría apareciendo publicado por capítulos en los volúmenes de la Revista de la Real Academia de Ciencias correspondientes a 1912 y 1913.

Retrato oficial (y firma autógrafa) como catedrático de la Universidad Central de Madrid.

Mientras todo esto acontecía, ese año 1910 la Junta para Ampliación de Estudios (JAE) creaba el Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales, con Santiago Ramón y Cajal como presidente y Blas Cabrera como secretario, y, en su seno, integraba un nuevo Laboratorio de Investigaciones Físicas, que se ponía bajo la dirección del físico lanzaroteño.

En 1912 Blas Cabrera, que ocupaba las más altas instancias de la Física española de la época, asumía la necesidad de aprender en Europa la Electricidad y el Magnetismo que no se sabía en España y solicitaba una pensión a la JAE, como un recién titulado más, para viajar a Zürich a estudiar con Pierre Weiss en el campo que se constituirá en su programa de investigación para toda una vida: el Magnetismo de la materia.

A su vuelta de Zúrich a finales de 1912 Cabrera comenzaría una etapa de dedicación a la “Magnetoquímica” con un amplio conjunto de colaboradores que se constituirían en un auténtico grupo de investigación “a la europea”: Enrique Moles, Julio Guzmán, Manuel Marquina, Emilio Jimeno, Santiago Piña, etc. Complementariamente, se convertiría en el principal divulgador de la obra de Einstein dictando conferencias en el congreso de Madrid de la AEPC en 1913, en el Instituto de Ingenieros Civiles en 1914, en la Residencia de Estudiantes en 1917, etc.

En este marco, y siendo la figura científica de referencia del momento (en 1916 había sido elegido Presidente de la Sociedad Española de Física y Química) la JAE le proponía como “embajador cultural” en Argentina para ocupar la Cátedra de Cultura española instituida en Buenos Aires por mediación de la Institución Cultural Española.

Cabrera viajaría finalmente en 1920, en unos momentos en los que, concluida la primera etapa de dedicación a trabajos experimentales, se centraba en la reflexión teórica y la divulgación científica en torno a la estructura de la materia y la teoría de la relatividad, en la Universidad de Buenos Aires, en la Sociedad de Oceanografía de Guipúzcoa, en el Ateneo de Madrid, en la Universidad Central y, muy especialmente, en los meses previos a la llegada de Einstein a España, en la Residencia de Estudiantes, donde publicaría ese año 1923 Principio de Relatividad. Sus fundamentos experimentales y filosóficos y su evolución histórica.

Así, trascendía los estrechos límites que le imponían las paredes del Laboratorio y se presentaba ante la Sociedad participando en las reformas educativas propuestas por los sucesivos ministros, dictando cursos y conferencias públicas en la Residencia de Estudiantes, en el Ateneo de Madrid, etc., y publicando numerosos artículos y libros de divulgación. Esta presencia “social” del físico Blas Cabrera culminaría con su actuación como anfitrión de Albert Einstein en la visita que hizo éste a Madrid en 1923 (Figura 1).

La visita de Albert Einstein a España

Sin saber aún que le habían concedido el Premio Nobel de Física que había quedado desierto en 1921, Albert Einstein había empezado su gira por el mundo desde Alemania hacia Japón en octubre de 1922, pasando por Singapur, Hong Kong y Shanghai, donde le llegó la noticia de la concesión. En su vuelta hacia Europa, haciendo una parada en Palestina durante dos semanas, envió un telegrama a quien debía ser su anfitrión en Barcelona, Esteban Terradas, confirmando su disposición a visitar España.

Terradas había sido la segunda persona, tras Blas Cabrera, en referirse al genio alemán en el mismo congreso de Zaragoza de 1908 de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, en una conferencia sobre “Teorías modernas acerca de la emisión de la luz”, pero escribiendo erróneamente su nombre cunado apuntaba que “[el principio de relatividad] descubierto por Lorentz, fue deducido nuevamente y completado por Eisentein (sic)”.

El 8 de enero de 1923 tomaba Blas Cabrera posesión por segunda vez como Presidente de la Sociedad Española de Física y Química y, desde ese puesto, esperaba la llegada del flamante nuevo Premio Nobel. Einstein llegó a Barcelona el 23 de febrero, con su anfitrión, Esteban Terradas, en pleno duelo tras el fallecimiento de su hija seis días antes. En la Sala de Sesiones del Palacio de la Diputación (actual Palacio de la Generalitat), sede del Institut d’Studis Catalans, impartió un curso de tres conferencias (reservado a asistentes con formación físico-matemática previa que hubieran abonado la matrícula de 25 ptas., aunque se invitó a representantes de instituciones públicas y privadas y periodistas), sobre ‘Teoría especial de la relatividad’ (sábado 24 de febrero), ‘Teoría general de la relatividad’ (lunes 26 de febrero) y ‘Problemas recientes de la relatividad’ (miércoles 28 de febrero), por las que cobraría 3.500 ptas.

Complementando el programa, el martes 27 de febrero dio otra en la Real Academia de Ciencias y Artes sobre ‘Consecuencias filosóficas de la Teoría de la relatividad’ y el miércoles 28 visitaba la Escuela Industrial. Los medios prestaron gran atención a la visita, y, aunque los periodistas y cronistas sin formación científica se limitaron a reseñar cuestiones circunstanciales y/o anecdóticas, los científicos profesionales encargados de analizar los contenidos de las conferencias en la prensa se dividieron en “relativistas” y “antirrelativistas”.

El jueves 1 de marzo, mientras la Junta económica de la Universidad Central aprobaba la propuesta del Claustro de concesión del título de Doctor Honoris Causa, Einstein viajaba de Barcelona a Madrid. Entrevistado en el tren para ABC por el periodista húngaro de origen judío Andrés Révész, hacía una confesión tranquilizando a los lectores: “no soy revolucionario, ni siquiera en el terreno científico, puesto que quiero conservar cuanto se pueda y pretendo eliminar tan sólo lo que obstaculiza el progreso de la ciencia”.

Einstein llegó a la estación del Mediodía de Madrid la noche del 1 de marzo. El viernes 2, tras la reunión mantenida en el Hotel Ritz para ultimar el programa de actividades y confirmarle que la Universidad Central había aprobado una remuneración de 4022,95 ptas., visitó el Laboratorio de Investigaciones Físicas dirigido por Blas Cabrera.

Al día siguiente, sábado 3 de marzo, comenzó el curso de tres conferencias (análogo al impartido en Barcelona), en el aula de Física General de la Facultad de Ciencias; curso que continuaría el lunes 5 y se completaría el miércoles 7. El domingo 4 el rey Alfonso XIII le entregó el diploma de académico correspondiente de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, mientras el lunes 5 Einstein protagonizaba la sesión científica de la Sociedad Matemática Española en el Laboratorio y Seminario Matemático de la JAE

El jueves 8 era investido Doctor Honoris Causa en la Universidad Central, completando el día impartiendo la conferencia sobre las ‘Consecuencias filosóficas de la teoría de la relatividad’ en el Ateneo de Madrid. El último encuentro científico en la capital tendría lugar el viernes 9: una conferencia-tertulia organizada por José Ortega y Gasset en la Residencia de Estudiantes.

El lunes 12 de marzo salió de Madrid de vuelta hacia Berlín pasando poco más de dos días en Zaragoza, invitado por el catedrático de Física General Jerónimo Vecino en nombre de la Universidad aragonesa. Allí impartiría otras dos conferencias sobre ‘Relatividad especial’ (el lunes 12) y ‘Relatividad general’ (el martes 13) en el salón de actos compartido por las Facultades de Medicina y Ciencias. La estancia en Zaragoza se completó con la recepción del diploma como académico correspondiente de la Academia de Ciencias Exactas, Físico-Químicas y Naturales y la visita al Laboratorio de Investigaciones Bioquímicas del catedrático de Química General Antonio de Gregorio Rocasolano.

Como resumen del viaje debe constatarse que pocas personas pudieron entender lo que Einstein explicó en sus conferencias. Tampoco su visita supuso un cambio en las estructuras institucionales de la física y la matemática españolas. Lo que sí se consiguió fue un espectacular incremento en la percepción sobre el valor de la ciencia por parte de la sociedad, sin duda por la extraordinaria atención que le prestó la prensa durante su visita, una colaboración esencial en el proceso de convergencia europea que supuso nuestra Edad de Plata.

Cabrera, figura de referencia en España

Terminada la visita de Einstein, Blas Cabrera, alcanzado el más alto reconocimiento científico en España, retomaba la investigación experimental en el Laboratorio, dedicado ahora al “Paramagnetismo de la materia” con dos nuevos colaboradores: Arturo Duperier y Julio Palacios. La comprobación experimental del paramagnetismo clásico de Langevin y la determinación de los momentos magnéticos y la influencia de la temperatura en el comportamiento magnético de las disoluciones se publicaban en las más importantes revistas científicas internacionales del momento. Cabrera completaba (con Duperier) la ecuación de Curie-Weiss del paramagnetismo que pasaría a conocerse como de Curie-Weiss-Cabrera y, en ocasiones, como de Cabrera-Duperier:

En este marco, el International Education Board de la Fundación Rockefeller, decidida a colaborar en el progreso científico de España en los años veinte, cambiaba el campo de intervención que tenía pensado inicialmente, la Sanidad, por las Ciencias físico-químicas, cuando constataron los logros alcanzados por los grupos de investigación dirigidos en el Laboratorio de Investigaciones Físicas por Blas Cabrera, Enrique Moles, Ángel del Campo o Julio Palacios, aprobando en 1925 una importantísima dotación económica para la construcción del Instituto Nacional de Física y Química.

Ese mismo año, nuestro pensador más importante, José Ortega y Gasset, integraba también a Blas Cabrera en la Revista de Occidente, para que, con su rigor científico y claridad expositiva transmitiera las grandes revoluciones de la Física y la Cosmología del siglo XX, contribuyendo a que la Cultura científica española estuviera “a la altura de los tiempos”.

En 1926 viaja nuevamente a América (junto a Fernando de los Ríos) delegado por la Junta de Relaciones Culturales creada durante la Dictadura en el Ministerio de Estado. Posteriormente sería elegido para formar parte de la Asamblea Nacional y tendría que participar en los procesos de reforma educativa durante el Ministerio de Eduardo Callejo que tantos conflictos desatarían y tanto influirían en la caída de Primo de Rivera.

El reconocimiento internacional

1928 es el año de la consagración internacional de Blas Cabrera. El primer momento singular fue su nombramiento como Académico Correspondiente en París, tras una sesión en la que obtuvo 42 votos a favor, frente a los 2 de Niels Bohr, 2 de C. Gutton y 1 de H. Buisson. Y el segundo, todavía más importante, lo constituyó su elección, por iniciativa de Marie Curie y Albert Einstein, para formar parte del Comité Científico de las Conferencias Solvay, al haberse decidido que la siguiente reunión (a celebrar en 1930) se dedicaría al Magnetismo y considerarse en el ambiente científico europeo que Cabrera era la figura mundial más relevante en ese ámbito, por delante, incluso, de Pierre Weiss.

En España, el 28 de febrero de 1930 tomaba posesión como Rector de la Universidad Central de Madrid (en unos momentos de acentuada problemática estudiantil) y se integrada en la Junta Constructora de la Ciudad Universitaria en los terrenos de La Moncloa donados por el Rey Alfonso XIII, iniciativa que continuaría durante la República coordinada por Juan Negrín. Y, unos meses después, era elegido representante español en el Comité Internacional de Pesas y Medidas, en sustitución de Torres Quevedo, que se iba retirando de la primera fila de la escena, dejando paso a Cabrera como personalidad de referencia.

Proclamada la II República era designado Vicepresidente de la Junta de Relaciones Culturales, y, sucediendo nuevamente a Torres Quevedo, a finales de 1931 el Gobierno le nombraba representante en el Comité de Consejeros Científicos de la Organización Internacional de Cooperación Intelectual con sede en Ginebra. Por su parte, el ministro Fernando de los Ríos le confirmaba en el cargo de Director del Instituto Nacional de Física y Química, y presidiría, el 6 de febrero de 1932, la inauguración oficial del nuevo edificio construido con los fondos donados por la Fundación Rockefeller.

En 1934 recibía el nombramiento de Rector de la Universidad Internacional de Verano en Santander (el foro científico europeo estival de referencia) y, al renunciar (de nuevo) al cargo Torres Quevedo, era elegido Presidente de la Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. A finales del año también era elegido para ocupar el sillón vacante en la Academia Española (de la Lengua) tras el fallecimiento de Cajal, del que tomó posesión, en un acto presidido por Niceto Alcalá Zamora, ya en enero de 1936.

En suma, a las puertas del 18 de julio, el relevo generacional al frente de la Ciencia española se había completado: Blas Cabrera asumía el prestigio y el reconocimiento social y científico, dentro y fuera de España, de Santiago Ramón y Cajal y Leonardo Torres Quevedo.

Ante el drama de la Guerra Civil

La guerra civil sorprendió a Cabrera en la Universidad Internacional de Verano en Santander, donde el colectivo de profesores y alumnos (españoles y extranjeros), continuaron desarrollando sus actividades científicas hasta que el 29 de agosto se celebró el acto de clausura. Mientras se preparaba la partida, comenzaron las detenciones: cinco alumnos que se habían significado con los alzados eran encarcelados. Todas las gestiones del Rector fueron inútiles y, ante el temor de nuevas detenciones, el día 4 de septiembre se decidía la salida. Con la llegada a Madrid el 13 de septiembre terminaba el periplo que les llevó en barco de San Sebastián a San Juan de Luz durante la noche del 5, y de allí en tren pasando por Toulouse y Port Bou hasta Barcelona, donde llegaron el día 11, para terminar el viaje en la capital tras pasar por Valencia.

Reunión en París del Comité Internacional de Pesas y Medidas.

Pero la situación en el Madrid sitiado por las tropas franquistas era muy complicada, especialmente para unos intelectuales que eran vistos con muchas suspicacias: la Asociación de Catedráticos del Frente Popular intentaba la incautación de la JAE; partidas de profesores daban “paseos” a sus colegas de derechas, etc. Además, el Ministro de Instrucción Pública republicano había decretado la supresión de todas las Academias nacionales, cesando a Cabrera como académico de la Academia Española y como académico y Presidente de la Academia de Ciencias.

Ante este panorama, el 9 de octubre de 1936 decidía autoexiliarse en Francia, utilizando como excusa una reunión en París del Bureau International de Poids et Mesures. Se alojaría en el Colegio de España, pero intentaría mantener durante toda la contienda una imposible equidistancia, “totalmente alejado de nuestras luchas civiles, primero porque es el principio director de mi vida, y segundo, porque temía crear dificultades a personas muy allegadas de mi familia que intervenían en las dos Españas”, pues su hijo mayor, Blas, era el secretario particular de Juan Negrín, mientras el segundo, Luis, combatía en el ejército de Franco, y el tercero. Nicolás, le acompañaba en París intentando completar su tesis doctoral al margen del conflicto.

Obviamente, esta equidistancia era incompatible con las sucesivas llamadas de la República “para que todos los funcionarios presenten la instancia para el reingreso y el cuestionario”, por lo que Ángel Establier (Director del Colegio) se vería obligado a expulsarlo, y el 9 de abril de 1937 se instalaría en una modesta vivienda de la periferia parisina. En todo caso, la República siguió dando oportunidades para que los profesores prestaran públicamente su adhesión. Así, el 6 de agosto se abría otro “plazo de un mes para presentar la instancia para el reingreso de los funcionarios”, mientras el 27 se explicitaba que “la solicitud de reingreso debe ir acompañada del cuestionario de depuración” y el 28 se resolvía que “los catedráticos que se encuentren en la zona afecta al Gobierno de la República o en el extranjero deberán presentarse en la Universidad de Valencia antes del 15 de septiembre”.

Pero ni Blas Cabrera ni un apreciable número de integrantes de la “Tercera España” atenderían las llamadas, por lo que el 2 de diciembre de 1937 el Gobierno republicano firmaba una Orden expulsando de sus Cátedras a “un grupo de profesores universitarios” que, “manifestando una evidente falta de solidaridad con el pueblo español, que lucha con abnegación en defensa de las libertades nacionales, ha faltado abiertamente al cumplimiento de sus deberes más elementales: Blas Cabrera, José Ortega y Gasset, Américo Castro Quesada, Claudio Sánchez Albornoz, José J. Zubiri Apalategui, Luis Recasens Siches, Hugo Obermaier, Luis de Zulueta, Agustín Viñuales, Ramón Prieto Bances, etc.

Depuración nacional y exilio en México

Si esto sucedía en la España republicana, la España nacional comenzaría una tarea análoga el 11 de noviembre de 1936, creando las comisiones que debían realizar la depuración de cada uno de los estamentos docentes, y generando una abundante normativa que se intensificaría a medida que el fin de la Guerra Civil se avizoraba más cercano. En este marco, el 4 de febrero de 1939 se firmaba una Orden Ministerial separando definitivamente del servicio y dando de baja en sus respectivos Escalafones a Luis Jiménez de Asúa, José Giral Pereira, Juan Negrín López, Fernando de los Ríos Urruti, Julián Besteiro Fernández, Blas Cabrera Felipe, José Castillejo Duarte, etc.

La justificación esgrimida era clara para los que se sabían vencedores en la contienda: “Es pública y notoria la desafección de los catedráticos universitarios que se mencionarán, al nuevo régimen implantado en España, no solamente por sus actuaciones en las zonas que han sufrido y en las que sufren la dominación marxista, sino también por su pertinaz política antiespañola en los tiempos precedentes al Glorioso Movimiento Nacional”. Y la irreversibilidad de las sanciones a costa, incluso, de saltarse la propia normativa franquista, se hacía explícita: “La evidencia de sus conductas perniciosas para el país hace totalmente inútiles las garantías procesales que en otro caso constituyen la condición fundamental de todo enjuiciamiento”.

La situación era especialmente compleja para el doblemente depurado Blas Cabrera, ausente de España desde octubre de 1936. Así, aunque el 11 de abril de 1939 se dirigía a José F. de Lequerica, Embajador español en París, expresándole que “desearía sinceramente la anulación de la disposición aludida, pero siempre conocer los motivos concretos en que se funda para poder replicar a ellos”, la respuesta del Ministerio de Educación Nacional del 15 de mayo sería clara, concisa y rotunda: “fue separado definitivamente de su Cátedra y dado de baja en el escalafón, por Orden de 4 de febrero último, y que estima improcedente modificar la situación creada por la misma”.

Instancia de Blas Cabrera al ministro Ibáñez Martín (Archivo personal José Ibáñez Martín).

D. Blas realizaría un nuevo intento el 2 de enero de 1940 (Figura 4), solicitando permiso al ministro de Educación Nacional Ibáñez Martín (aunque se refiere a él, todavía, como ministro de Instrucción Pública) para volver a ocupar sus sillones en las Academias de Ciencias y Española [de la Lengua], insistiendo en “que está dispuesto a prestar el juramento exigido en la orden de 10 de junio último, en la fecha que le sea señalada después de su regreso a Madrid”.

Pero las autoridades españolas no sólo no le contestarían, sino que forzarían su expulsión del Comité Internacional de Pesas y Medidas, hecho que tendría lugar en el verano de 1941, y que llevaría a Cabrera a hacer un último intento en septiembre de ese año ante el Ministro Ibáñez Martín: “Al salir de España he recibido diferentes invitaciones y tengo la seguridad de apoyos eficaces en unos u otros países, que son incompatibles con el vivo deseo de continuar mi obra en España. Pero si el Gobierno a quien acato consecuente con mis principios y conducta de siempre, estima que no vale la pena […]”.

Tampoco en esta ocasión obtendría la respuesta deseada, viéndose forzado a continuar su exilio en México, donde fallecería el 1 de agosto de 1945, con 66 años, final prematuro para el ejemplo paradigmático de la tragedia de la Tercera España … y de la poliédrica complejidad de la memoria histórica de la Ciencia española que se presenta ante los estudiosos de una realidad que queremos que sirva para que los españoles no repitamos los errores que contempla nuestra historia.