Por Esther Cruces Blanco. Directora del Archivo General de Indias de Sevilla.
No hace mucho tiempo que en toda ciudad y pueblo existía una o varias tiendas de ultramarinos, unos establecimientos con un olor especial, una mezcla de especias, bacalaos y arenques, legumbres, cecinas y embutidos y todo tipo de conservas, en donde se vendía a granel empleando medidas como el azumbre y el cuartillo. Mostraban en cuidados letreros el nombre de la tienda, destacando lo de “ultramarinos” y también “coloniales”.
Estas dos palabras han logrado que el concepto general tenga un sentido particular, sin que nos detengamos a pensar su significado. Existe un amplio recorrido histórico que une las tierras ribereñas del océano Atlántico poniendo el foco en esa tienda de barrio, más o menos lujosa, que alimentó a nuestras familias y abasteció las despensas antes de la existencia de los supermercados, hipermercados y de la compra electrónica.
Este asunto, en apariencia menor, es el resultado de una trayectoria extensa, como el Océano mismo, que ha unido y une a dos continentes, Europa y América; un largo recorrido histórico que ha generado unas instituciones comunes, una práctica política y administrativa semejante, unas sociedades afines y una cultura más cercana y con más intercambios de lo que suele ser apreciado.
Todo ello ha supuesto la existencia de un patrimonio histórico común, con lenguajes de expresión iguales o cercanos. Y, sin lugar a dudas, esas permanentes relaciones y vínculos, durante siglos, han generado conocimiento, indagación, búsqueda y desarrollo científico. Unas idas y venidas que motivaron a muchos, sostuvieron ideas y compromisos, condujeron a conflictos bélicos y a riesgos permanentes; pero de todo ello también surgió una koiné que permanece sustentada en Tratados Internacionales, Cumbres, Conferencias y otro tipo de asociaciones bajo el calificativo de “iberoamericano”, que aúna en el término tanto a España como a Portugal y a los países de América Central y del Sur.
Esta es la situación actual, con sus encuentros y desencuentros, pero la Historia muestra que hubo una percepción de la existencia de algo más allá del mundo conocido desde la Edad Antigua, un espacio alejado de la comodidad de la cultura común generada en el Mediterráneo con su extensión helenística en Asia Menor.
Que había algo más allá del espacio cercano -consolidado por la romanización- fue un asunto permanente a lo largo de los siglos y que quedó reflejado en mitos que mantuvieron el pulso sobre la existencia de tierras, islas y mares más allá de las Columnas de Hércules y de las Islas Casitérides. La evocación de la Atlántida, los trabajos y viajes de Heracles/Hércules -el héroe griego y latino por antonomasia- o la leyenda del viaje de San Bandrán/San Borondón -un monje irlandés del siglo VI cuyas aventuras se transmitieron por Europa- junto con las de Erik el Rojo y sus andanzas, sostuvieron la idea del “más allá”, del plus ultra.
Lo relatado en estas aventuras y navegaciones reaparece en las ilusiones, esperanzas e, incluso, alucinaciones de quienes se embarcaron para acudir a esas tierras asombrosas que comenzaron a ser conocidas en 1492; un Nuevo Mundo henchido de referencias al Dorado, a ciudades de Oro y a la recuperación de paraísos perdidos sin olvidar, incluso, la búsqueda de ese lugar donde las Amazonas de la mitología clásica tenían su reino.
Este era el imaginario colectivo cuando comenzaron los primeros viajes atlánticos en el siglo XV por el mar Océano, por mor de la experiencia que los portugueses fueron adquiriendo. Pero se han de tener en cuenta otros factores más apegados a la realidad. Castilla mantuvo una carrera con Portugal, ese reino fronterizo, amigo y enemigo a la vez, con unas dinastías reinantes emparentadas; reinos que habían tenido una pugna constante durante toda la Edad Media y que se conformó en el establecimiento de las líneas fronterizas peninsulares.
El siglo XV alteró ese equilibrio de poder entre ambos reinos pues las rivalidades surgieron por el control marítimo en el Norte de África y en la costa atlántica africana, y en juego estuvieron, por ejemplo, las Islas Canarias.
A partir de estos hitos documentales y diplomáticos el avance por tierras americanas y en el Pacífico fue un continuo devenir. Y todo ello se sustentó en un corpus de normas que facultará a la corona española a administrar, gobernar, organizar territorios y personas. De aquel desarrollo jurídico e institucional deriva la realidad geopolítica en América y las relaciones permanentes, aunque no siempre iguales, entre los países americanos y España.
Para perpetuar lo fundamentado en tratados y capitulaciones, para consolidar el avance de los navíos y dar consistencia a la presencia de toda suerte de individuos en las tierras y mares del Nuevo Mundo era necesaria la existencia de una administración eficaz y de una serie de instituciones que todavía hoy unen a los países a ambos lados del Atlántico, y este, sin lugar a dudas, es también un patrimonio común.
En esos lazos con América y en la necesaria mención a un patrimonio histórico compartido, no han de ser olvidados otros territorios y mares de Asia, en concreto con las Islas Filipinas y las Islas Marianas, entidades dependientes del Virreinato de Nueva España.
Un patrimonio común que hoy constituye una parte del patrimonio documental español e iberoamericano, documentos que fueron expedidos, entre otros, por unos organismos excepcionales -como el Consejo de Indias y la Casa de la Contratación-; una maquinaria administrativa y productora de documentos que, desde la perspectiva contemporánea, fue extraordinaria.
En relación con la pretensión y la necesidad de la renovación de la gobernación de los territorios ultramarinos en el siglo XVIII, no se ha de olvidar la figura del malagueño José de Gálvez, quien desempeñará simultáneamente la Secretaría del Despacho de Indias y la Presidencia del Consejo de Indias; quien fue, además, el promotor e impulsor de la creación del Archivo General de Indias en 1785.
Junto a la enorme estructura administrativa de la Monarquía Hispánica, tras la acción de insignes personajes, tras la perseverancia de cada individuo que vivió y trabajó en aquellas tierras americanas, tras cada aspecto de la vida cotidiana, de cada acto administrativo, de cada observación de la fauna y de la flora, de cada apunte geográfico, de cada camino construido, de cada progreso náutico -por mor de la necesaria comunicación y del forzoso establecimiento de vínculos, relaciones y negocios-, no cabe duda de que se generó una comunidad cultural que en la actualidad supone la existencia de un patrimonio histórico común; por lo tanto no puede ser entendido lo de allende y lo de aquende sin su complementario.
En la actualidad existe un importantísimo patrimonio histórico compartido que está constituido tanto por los instrumentos públicos como por de miles de documentos privados sin los cuales no se entendería la historia común y no podría proseguir la investigación científica de diversas materias; un patrimonio documental conservado en el Archivo General de Indias, pero también en muy diversos archivos tanto en España como en América.
Estos documentos producidos y recibidos por las principales instituciones metropolitanas e indianas -Consejo de Indias, Casa de la Contratación, Consulado de Cargadores de Indias, Juzgado de Arribadas, Secretarías de Estado y del Despacho Universal de Indias, oficinas de los virreyes, Audiencias, Capitanías Generales, etc.- son fundamentales para conocer la historia compartida entre España, los Estados Iberoamericanos, Estados Unidos de Norteamérica, Canadá y las entidades nacionales de origen francés, inglés y holandés del Caribe; Filipinas y otros países asiáticos.
El encuentro entre los Dos Mundos generó conocimiento no sólo entre los territorios ultramarinos y España pues el desarrollo científico y tecnológico se expandió por Europa, entre otros los avances relacionados con la náutica, la cartografía, la zoología, la botánica, la lingüística, la etnología, las observaciones astronómicas, el Derecho.
Otro patrimonio une ambos lados del Atlántico, aquel que se recoge en la cultura material y en las manifestaciones artísticas, que constituye un enorme e impresionante patrimonio histórico expresado en bienes muebles, inmuebles e inmateriales; una producción intelectual y material asociada al tráfico marítimo, a las flotas de la Corona -la Flota de Nueva España, el Galeón de Manila- y a los navíos que se arriesgaban en la travesía en solitario; cada nave, cada flete y cada viaje era un vehículo para el intercambio de conocimientos y de manifestaciones culturales y artísticas; las influencias era mutuas, como los cantes de ida y vuelta.
Estas reflexiones sobre las instituciones, patrimonio histórico y conocimiento compartido a ambos lados del Atlántico no pueden concluir sin mencionar un acontecer permanente entre ambos lados del Océano Atlántico: el de los exilios. Aquellos héroes de la mitología griega y latina que cruzaban mares y océanos -Heracles/Hércules, Odiseo/Ulises, Eneas, Erik el Rojo- eran exiliados, habían sido expulsados o necesitan escapar y huir por un tiempo.
A partir del siglo XVI todo el continente americano acogió a quienes buscaban, al fin y al cabo, una vida mejor; también a quienes eran expulsados del terruño porque éste no satisfacía unas condiciones de vida suficientes, otros eran huidos de la Justicia, y muchos fueron los que escapaban de la radicalidad de posiciones religiosas e ideológicas; las guerras de religión de la Europa de los siglos XVI y XVII nutrieron los navíos con perseguidos, exiliados y refugiados. No todos fueron aventureros y buscadores de fama y gloria.
Y no se ha de olvidar el exilio por antonomasia hacia América que fue el protagonizado por los republicanos españoles tras la Guerra Civil, especialmente hacia México y Argentina, que supusieron, una vez más, intercambio de ideas, de cultura y de expresiones artísticas.
Archivo General de Indias, Patrimonio de la Humanidad por la Unesco
Ubicado junto a la Catedral de Sevilla, el Archivo General de Indias de Sevilla se creó en 1785 por orden del rey Carlos III. Se pretendía con ello centralizar en un único lugar toda la documentación sobre la administración del extenso Imperio Español hasta entonces dispersa en diversos archivos: Simancas, Cádiz y Sevilla.
Hoy esta joya histórica de la Historia de España conserva más de cuarenta y tres mil legajos, instalados en ocho kilómetros lineales de estanterías, con unos ochenta millones de páginas de documentos originales que permiten a diario profundizar en más de tres siglos de historia de todo un continente, desde Tierra de Fuego hasta el sur de Estados Unidos, además del Extremo Oriente español, las Filipinas: la historia política y la historia social, la historia económica y la de las mentalidades, la historia de la Iglesia y la historia del arte…
Los más variados temas ocupan el interés de los miles de investigadores que pasan por el Archivo: desde el descubrimiento, exploración y conquista del Nuevo Mundo hasta la independencia; desde las instituciones políticas indianas hasta la historia de los pueblos precolombinos; desde el intercambio comercial a los problemas de tráfico marítimo; desde la expansión misionera hasta los aspectos inquisitoriales.
Tantos y tantos temas en los que el Archivo General de Indias va contribuyendo a lo largo del tiempo para obtener la más completa y documentada visión histórica de la administración española del Nuevo Mundo.
Por ello fue necesario llegar a un acuerdo en 1479, el tratado de Alcaçovas, que estableció la paz entre los dos reinos y mediante el cual se fraguaba el reparto del océano Atlántico. Más tarde, conocidas las islas del Caribe, de nuevo se acudió a la diplomacia y a la mediación del papa, en este caso Alejandro VI, quien expidió varias bulas para consentir el reparto del mundo conocido (bula Inter caetera) lo que condujo a la firma del Tratado de Tordesillas en 1494 entre los Reyes Católicos y Juan II de Portugal para adjudicarse el Océano Atlántico y el Nuevo Mundo por el meridiano situado a 370 leguas de las islas de Cabo Verde.