Era un acontecimiento esperado por vecinos y visitantes. Cada año, por estos días de finales de julio, la Asociación Cultural Níjar con la colaboración de la Concejalía de Cultura, Educación y Festejos, organiza el Festival Nacional de Bandas que ya va por su décimo segunda edición. La Glorieta de Níjar, llena hasta la bandera en la noche del sábado, se ofreció como el lugar idóneo para el disfrute de la música al aire libre gracias a su recoleta arquitectura que la dota de una sonoridad única y que permite disfrutar del ambiente tradicional que respira el casco antiguo de la villa.
Más de un centenar de músicos con sus instrumentos paseaban por las calles de Níjar mezclados con los vecinos y los muchos turistas que aprovecharon la ocasión para disfrutar y saludarse, en un rito anual que propicia el verano.
Comenzó el espectáculo la Banda de Música de la Agrupación Musical La Lira, de Pizarra (Málaga) con los compases del pasodoble Doña Lola, de F. Grau. Una banda formada por 40 músicos en edades comprendidas entre los 11 y los 79, dirigidos por Cristóbal Jiménez.
Diagram, de André Waignein, Ross Roy, de Jacob de Haan y Fiesta y Devoción, de Francisco Navarro, completaron una primera parte variada y que el público aplaudió con estusiasmo.
Tras un breve descanso para cambiar la disposición de los músicos nijareños, comenzó el programa de la Banda de la Asociación Cultural Níjar que, también, dio inicio con los acordes alegres y festivos del pasodoble A mi madre, de Roque Baños. La Banda se transformó en orquesta para afrontar la recta final de la velada. Primero, con la partitura de la composición de Philip Sparke El triangulo de las bermudas, que envolvió de magia y lírica a un auditorio ya entregado completamene.
Pero todavía quedaba más, y la orquesta de Níjar interpretó el Poema sinfónico para banda, de José Alberto Pina, una auténtica joya musical en el repertorio nijareño que en contadas ocasiones ha ofrecido la agrupación.
Como el público quería más -y eso que ya rondaba la medianoche-, el conjunto dirigido por José Mateo, regaló el bolero Amapola, y el público saltó de sus asientos para acompañar con su baile a los músicos.
El fin de la velada fue el intercambio de recuerdos, en un toma y daca de agradecimientos más que cordiales, familiares y llenos de humor.