Suele decirse que las Humanidades (del latín humanitas, que es como Cicerón tradujo el griego “énkyklos paideía” son el conjunto de disciplinas relacionadas con el conocimiento humano y la cultura. Quizá el problema esté en que “cultura” es un concepto que cada cual se encarga de rellenar en función de sus propias necesidades. Hablamos de una persona culta para referirnos a la que tiene amplios saberes de Historia, Literatura, Lengua, Idiomas, Artes plásticas y cinéticas, Geografía… No decimos que un experto en Cosmología sea culto por lo que sabe o cree saber del origen del Universo; no asociamos unívocamente el adjetivo culto a sustantivos como abogado, médico, economista o agente de la propiedad inmobiliaria.
A poco que lo pensemos, el adjetivo “culto” suena raro cuando acompaña a una profesión establecida. Más aún: cuando queremos decir que un profesional, cualquier profesional, le une a su dominio del oficio un amplio bagaje de conocimientos de las Artes y Humanidades, le añadimos otro adjetivo y hablamos de un abogado humanista, un médico humanista, un matemático humanista… La perspectiva humanista le añade al conocimiento un valor de compromiso: el culto conoce, el humanista se interesa, se empeña y se compromete con su entorno.
Definir la cultura es difícil, y más aún cuando nos movemos en unos tiempos para los que cualquier cosa es cultura, quizá porque interesa unirle la mágica resonancia de esa palabra a actividades que, de otra manera, no lograrían adquirir la respetabilidad que buscan. Para algunos, hacer un sampling del Canon de Pachelbel y ponerle una letra facilona es cultura; introducir imágenes del Museo Guggenheim al final de un informativo demuestra que no sólo se quiere vender carnaza so pretexto de dar noticias; defender el valor de una novela inaguantable porque es histórica da un argumento difícilmente rebatible. De este modo, se llega a que un festival de rock, una novillada, un pase de modelos de lencería o una peregrinación a la residencia de Michael Jackson son manifestaciones culturales.
Pero cuidado: cuando cualquier cosa es cultura, cualquiera puede hacerla y, peor, cualquiera se piensa capacitado para desarrollarla y diseñar su desarrollo. Si no, podemos mirar en la base de datos de gestores culturales y analizar qué entienden por políticas culturales. La definición no está mal, salvo por un pequeño detalle… No dicen cómo se capacita para diseñarlas y ejecutarlas, ni siquiera está claro que se trate de una profesión bien definida.
¿Significa esto que no existe la cultura o que, si existe, no sirve de nada o que, si sirve de algo, no necesita de profesionales bien capacitados? En absoluto. Yo defiendo que sí existe, que se puede intervenir en ella, que requiere una formación específica (las Humanidades) y que es una oportunidad de desarrollo profesional, una actividad que le añade valor a la sociedad y que produce, entre otras cosas, dinero y puestos de trabajo.
Como ejemplo, pondré uno muy simple que ya alguna otra vez he mencionado. En Mérida, el día en el que cierran bares, tiendas y otros negocios del centro de la ciudad es el lunes. ¿El motivo? Cierra el Museo y el número de turistas se desploma.
La cultura, las Humanidades, transmiten informaciones sobre una sociedad y, así, interviene significativamente en su desarrollo. La transmisión se ejerce sobre las personas en formación (educación); sobre quienes, dedicándose a otras cosas, demandan esa información por gusto o curiosidad (divulgación); sobre las personas que, viniendo de otros lugares, llegan a saber más del sitio que visitan (turismo) o en el que se establecen (inmigración); finalmente, sobre quienes quieren apreciar una obra de arte (formación), intentar hacer una (creación) u obtener un beneficio económico merced a ella (empresa). Educación, divulgación, turismo, formación, creación, empresa… ¿Quién dice que no hay un número enorme de oportunidades? Oportunidades, sí, pero… ¿para quién? Mi respuesta es clara y contundente: para los especialistas en Humanidades