Expertos de la Universidad de Murcia (UMU) han descrito por primera vez la reproducción sexual de la plántula Posidonia oceanica, el ser vivo más grande y antiguo del mundo. El artículo, publicado en PlosOne, permitirá la restauración y conservación de sus praderas submarinas.
“Todo empezó hace unos años cuando investigábamos su recuperación. Se trata de una especie longeva, pero de crecimiento lento que si desaparece tarda varios siglos en recobrarse”, ilustra Arnaldo Marín, profesor del Área de Ecología de la UMU. Para ello, primero ahondaron en la reproducción, asexual a través de estolones y rizomas.
Su dispersión comienza cuando los frutos maduran y emergen flotando; se abren y liberan la semilla, que necesita enraizar rápidamente para no ser arrastrada por el oleaje. Posidonia se sirve de una pelosidad capaz de adherirse a casi cualquier superficie, desde arena a roca.
Asimismo, para facilitar el desarrollo de la plántula la semilla realiza la fotosíntesis. Unas raíces a modo de ‘trípode’, también con capacidad adherente, le permiten a la semilla orientarse hacia la luz. El docente los describe como “mecanismos complejos y sorprendentes que la vuelven única y explican su éxito evolutivo, pero a la vez dificultan su restauración”.
Indicativo de calidad del agua
El individuo más grande del mundo de “Posidonia oceanica ha tardado varios siglos en esparcirse de Formentera a Ibiza, si desaparece significa que el ecosistema se está degradando. En este sentido, se convierte en un indicativo de calidad ecológica”, expone Marín.
Con una alta sensibilidad ante cualquier cambio en su entorno, el aumento de turbidez del agua, los contaminantes o los anclajes que arrancan los rizomas producen daños no recuperables en vida humana. El experto precisa: “Tardaría en recubrir un campo de futbol casi mil años”,
Para lograr este análisis íntegro han empleado varias técnicas: desde microscopía para ver la estructura, a medir con foto-radiómetro o experimentos en cámaras de incubación para analizar la fotosíntesis y fototropismo. Los resultados son fruto de la tesis doctoral de Laura Guerrero Meseguer, codirigida por Arnaldo Marín y Carlos Sanz Lázaro.