Opinión: ‘Los sistemas históricos de regadío ante un futuro incierto’

Trabajos de recuperación de la acequia de Lugros.

En los últimos años hemos asistido a una degradación, abandono o destrucción-sustitución de los sistemas históricos de regadío que jalonan y articulan los paisajes del Sureste y el Levante peninsular. La problemática es compleja, y también hay variantes por distintas regiones y áreas en función de numerosos factores, pero los más importantes pueden quizás ser estos: En primer lugar un problema de competitividad en un marco de producción altamente intensiva y con unos precios agrícolas realmente ridículos. En segundo lugar (y en buena medida ligado a lo anterior), una imagen de ineficiencia, despilfarro y vetustez transmitido por una parte de la sociedad (principalmente una parte de la administración y de la academia).

Efectivamente, los sistemas tradicionales de regadío son, en su mayoría, muy viejos. Ahí radican precisamente muchos de sus valores. En la mayor parte de los casos se remontan a época medieval y son una parte esencial de nuestros paisajes culturales, que reúnen una serie de singularidades y valores que los hacen en muchos casos excepcionales. Pero los regadíos han generado agroecosistemas no solo de un alto valore patrimonial (material e inmaterial), sino también ambiental. A lo largo de centenares de años han demostrado ser sistemas enormemente resilientes desde el punto de vista ambiental y social y han sobrevivido hasta la actualidad manteniendo tanto a las poblaciones rurales como a las urbanas.

Su construcción supuso la transformación del medio natural, generando auténticos oasis donde no solo se implantaron nuevas variedades y formas de cultivo que incrementaron la agrodiversidad, sino también de flora y fauna ligada a la presencia de humedad, generando así una mayor biodiversidad. Las acequias tradicionales mantienen comunidades de plantas y animales pero, además, el regadío cumple otras funciones. Regar a manta no es, necesariamente, un desperdicio de agua. Con ello en muchas ocasiones se contribuye a la recarga artificial de acuíferos, al mantenimiento de la fertilidad de los suelos o a su desalinización. Las redes de acequias hacen en muchas ocasiones una función de regulación de cuencas muy eficaz, no solo evitando inundaciones en ciertos lugares, sino también haciendo que los ciclos hidrológicos de los ríos mediterráneos se vean alterados retardando la escasez o aumentando el gradiente de humedad y propiciando los fenómenos tormentosos durante los periodos cálidos.

Estas son solo algunos de los servicios que los sistemas históricos de regadío nos prestan. Llamarlos poco eficientes en el contexto actual de cambio global y cambio climático no parece lo más acertado, ni desde el punto de vista científico ni tampoco desde el social. Sin embargo, el marco económico actual parece condenarlos a desaparecer bien por abandono o bien sustituidos por modernas redes de tuberías y riego a presión que cambian de manera radical nuestros paisajes y, de paso, hacen desaparecer todos esos servicios y valores sin que tengamos en cuenta sus consecuencias de cara al futuro.

Así pues, a la pregunta de si se puede y es necesario recuperar y preservar las acequias y sistemas históricos de regadío deberemos responder que si. Si, si queremos preservar esos valores y servicios y si queremos caminar hacia escenarios de sostenibilidad y equilibrio en el futuro. En este sentido estamos convencidos de que lo realmente moderno es conservar todos esos conocimientos y prácticas que han demostrado su eficacia y capacidad de resiliencia. Ahora bien, como decíamos, en el contexto actual se hacen también urgente dos cosas: Por un lado, investigar y conocer mejor los mecanismos de funcionamiento de los sistemas históricos de regadío y los servicios ambientales que prestan. Por otro lado, introducir mejoras en función de esos conocimientos que garanticen su viabilidad.

En algunos o muchos casos esa viabilidad puede pasar por impermeabilizaciones parciales (incluso totales dependiendo de los tramos). El problema es hacerlo sin saber primero qué estamos transformando-destruyendo. Es cierto que para muchas comunidades de regantes se hace cada vez más complicado limpiar y mantener sus acequias o que las infiltraciones que permiten la existencia de esos servicios ambientales se convierten en un problema porque las concesiones de caudales ser realizan teniendo en cuenta solo la superficie regable y el tipo de cultivo, y no la multifuncionalidad de estos sistemas. Técnicamente hay muchas formas de poder hacer estas impermeabilizaciones: por tramos (teniendo en cuenta las funciones que desempeñan las acequias), usando sistemas y materiales mixtos, etc…

El problema es que si no se reconoce esa multifuncionalidad y servicios difícilmente se tendrán en cuenta a la hora de las concesiones de caudales (por no entrar en el problema de los caudales ecológicos) o el necesario apoyo para su mantenimiento, puesto que esos servicios ambientales nos benefician a todos, pero el esfuerzo recae solo sobre las espaldas de los regantes que, además, reciben unas rentas ridículas a cambio de su producción y su esfuerzo.

¿Es rentable, pues, recuperarlas? Si. Si bajo esta óptica. Es rentable recuperar aquellas que se encuentran abandonadas o medio perdidas, pero también aquellas que han sido entubadas y que han cambiado su fisonomía. Es cierto que esto ya es más delicado, puesto que en la mayor parte de los casos eso ha supuesto una importante inversión de dinero público y de los propios regantes. La problemática en torno a estos proyectos de “modernización” es muy compleja: la intensificación y expansión de nuevos regadíos, los consumos de agua, la sobrexplotación de acuíferos, el endeudamiento de las comunidades de regantes, los conflictos internos, la pérdida de valores y paisajes, etc…

Lo primero, sin duda, sería frenar estos procesos para plantearnos si de verdad este es el futuro y si queremos destruir todo ese patrimonio en aras de una intensificación que no debemos de confundir con modernización ni con eficiencia. Muchos de estos proyectos se hacen siguiendo teóricamente las indicaciones de la Directiva Marco de Aguas de la Unión Europea que obliga a mantener en buen estado las masas de agua y al ahorro. Pero esto no significa necesariamente orientar la inversión al riego localizado o al riego a presión. Si tenemos en cuenta todo lo dicho anteriormente, para la Unión Europea el ahorro y el buen estado de las masas de agua no significan necesariamente entubar. Más bien al contrario.

Estamos convencidos de que solo desde una actuación común entre regantes, científicos, colectivos sociales y administraciones será posible finalmente alcanzar el reconocimiento necesario para que los sistemas históricos de regadío formen parte también de nuestro futuro.

José Mª Martín Civantos. Universidad de Granada.   civantos@ugr.es

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