La conocida como Pequeña Edad de Hielo, el período frío más importante del hemisferio norte desde finales del siglo XIV hasta el XIX, se alargó en la Península Ibérica de 1300 a 1850, según concluye un nuevo trabajo publicado en la revista científica Earth Science Reviews en el que ha participado numerosas instituciones científicas, incluida la Universidad de Granada, lideradas por la Universidad de Barcelona. El estudio ha permitido reconstruir el clima peninsular desde el año 1300 hasta la actualidad, un periodo de 700 años en el que se pone de manifiesto la acentuada variabilidad climática y la alternancia de fases frías y cálidas.
La investigación presenta la síntesis más precisa realizada hasta ahora de la evolución del clima peninsular en el periodo analizado, y se basa en el análisis de diversas fuentes históricas y registros naturales (comportamiento de los glaciares, sedimentos de los lagos, anillos de los árboles, etc.). En su elaboración han participado también investigadores del Servicio Meteorológico de Cataluña, el Instituto de Ciencias de la Tierra Jaume Almera (ICTJA-CSIC), el Instituto Pirenaico de Ecología (IPE-CSIC), la Universidad de Oviedo, el Museo Nacional de Ciencias Naturales, la Universidad de Zaragoza, la Universidad de Lisboa, la Universidad de Santiago de Compostela, la Universidad de Valladolid y el Instituto de Historia del CSIC.
La Pequeña Edad de Hielo fue el periodo de frío más prolongado en 10.000 años
Los resultados del estudio han permitido describir la evolución climática peninsular del período conocido como la Pequeña Edad de Hielo, «que es el periodo frío más prolongado e intenso de los últimos 10.000 años», explican los autores.
Los investigadores se han centrado en el estudio de las zonas de montaña, las áreas menos afectadas por la actividad humana, y han recopilado e integrado todas las evidencias que existían sobre el clima de los últimos setecientos años en la península ibérica.
Si bien la intensidad del frío y sus implicaciones eran conocidas en otras regiones del continente europeo, no se conocía su traslación al conjunto de la península ibérica ni cómo habían afectado a los ecosistemas naturales. «Una de las principales novedades del estudio es demostrar la elevada variabilidad del clima durante esta fase fría con una mayor recurrencia de eventos climáticos extremos (olas de frío, nevadas, sequías, inundaciones, etc.). Se sabía que era un período más frío que el actual, pero no sabíamos que había tenido tanta variabilidad ni con tantos episodios extremos que tenían repercusiones decisivas en la vida diaria de las sociedades de la época», destacan los investigadores.
Episodios de inundaciones extremas como los registrados en el levante peninsular en noviembre de 1617, o en la fachada atlántica en enero de 1626, implicaron la pérdida de cosechas, la destrucción de caminos y puentes, así como graves daños a la economía. Las recurrentes olas de frío comportaban un aumento de la mortalidad e incluso determinaron cambios en la dieta diaria de las sociedades del noroeste peninsular. Además, las bajas temperaturas a menudo iban acompañadas de nevadas que desencadenaban aludes catastróficos, como sucedió en la gran nevada de 1888 en Asturias.
Este impacto se puede apreciar especialmente a través de la gran cantidad de fondos documentales de donde se ha extraído la información climática, como por ejemplo documentación administrativa municipal, dietarios, crónicas, libros de memorias, expedientes de obras públicas, planos y mapas o informes de daños por riesgo climático.
Las temperaturas aumentaron 1º C por causas naturales
El estudio también ha permitido cuantificar el calentamiento climático y evaluar su magnitud durante los últimos setecientos años. Según los investigadores, el aumento de temperatura experimentado desde el inicio de la Revolución Industrial es de aproximadamente 1 °C, el mismo aumento que se produjo por causas naturales desde la fase más fría de la pequeña edad de hielo (1675) hasta sus episodios finales, que coinciden con el inicio de la actividad industrial humana.
«El aumento térmico desde el inicio de la actividad industrial (1850-2017) es de aproximadamente 1 °C, un aumento similar al registrado desde las fases más frías de la pequeña edad de hielo, alrededor de 1675, hasta el inicio de la era industrial. En este caso, sin embargo, el aumento se produjo de modo natural, sin injerencia antrópica, por una serie de factores relacionados con la actividad solar, las erupciones volcánicas, etc.», subrayan los autores.
Estos resultados, según los autores, invitan a ser cuidadosos a la hora de relacionar de forma reduccionista cualquier fenómeno vinculado a la variabilidad climática con el concepto de cambio climático. «El clima responde a muchas variables cuyo comportamiento no se conoce bien, y el grado de incertidumbre científica se desprecia», remarcan los investigadores, y lo ejemplifican con la fusión acelerada de los glaciares de los Pirineos: «Los registros naturales nos dicen que los glaciares en los Pirineos son un fenómeno anómalo en los últimos 10.000 años, que solo se había producido en fases muy puntuales. Ha sido más habitual ver unos Pirineos sin hielo en verano que no que conserven hielo de manera permanente. Y esto ha ocurrido durante milenios en que no había afectación humana sobre el clima. Por lo tanto, la desaparición de los glaciares del Pirineo estaría ligada al calentamiento natural del final de la pequeña edad de hielo que estaría a la vez potenciado por el calentamiento debido a los gases de efecto invernadero ligados a la actividad humana», concluyen.
«Solo entendiendo mejor cuál es la respuesta de los ecosistemas en el pasado podemos anticipar qué puede pasar en el futuro», rematan los autores.