¿Qué universidad elijo? Es la pregunta que se hacen los miles de jóvenes y sus familias que el próximo curso comenzarán su carrera universitaria. Elegir un campus no es tarea sencilla con un mercado laboral cada vez más competitivo: nivel de docencia, investigación, ránking, servicios del campus, tasa de inserción laboral, capacidad de la familia para afrontar el coste del centro y de la manutención en otra provincia. Son muchas las incógnitas que intentan despejar las siguientes páginas.
uál es la mejor universidad? Es la pregunta que se hacen muchos de los estudiantes que este mes de junio realizan la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU) y que en pocas semanas tendrán que tomar una de las grandes decisiones de su vida.
Hace unos años no existían este tipo de dudas, simplemente se elegía la universidad más cercana a casa. Sin embargo, el escenario actual es diferente.
En primer lugar, los nuevos universitarios deben tener en cuenta que cuando terminen su carrera tendrán ante sí uno de los entornos laborales más competitivos de la historia. Además, deben tener en cuenta las posibilidades que ofrece la universidad elegida para continuar con la formación de postgrado y las líneas abiertas para iniciar una carrera investigadora a través de los programas de doctorado. Y algo muy importante, la formación práctica que se ofrece en los campus, así como los convenios de prácticas suscritos con las empresas de su entorno que, por un lado permiten que los alumnos adquieran una formación más completa a la vez que una toma de contacto con la realidad laboral que en algunos casos puede llegar a materializarse en un contrato.
La labor investigadora desarrollada en la universidad es otra de las cuestiones que se deben tener en cuenta. Una universidad que investiga cuenta con docentes que están en la punta de lanza del conocimiento, y eso se traslada a los alumnos.
Las universidades españolas están en pleno proceso de transformación. Hace unos años se introdujo el modelo del Espacio Europeo de Educación Superior, que acabó con las antiguas licenciaturas y diplomaturas, para sustituirlas por los grados actuales, títulos que se realizan en cuatro cursos y con una carga lectiva de 240 créditos. Los grados no son solo una forma diferente de llamar a las carreras universitarias, sino una forma diferente de entender los estudios superiores. Ahora el alumnado se sitúa con el papel protagonista del proceso de aprendizaje. Se persigue el dinamismo, la implicación, la autonomía. Los profesores quedan como mentores, como las figuras que guían a los estudiantes en su proceso de aprendizaje universitario.
¿Qué se consigue con este nuevo modelo? Una de las primeras consecuencias del cambio son alumnos más activos, capaces de hacer frente por sí mismos a las contingencias que se le plantean durante su etapa universitaria. Adquieren, de esta forma, un entrenamiento de gran valor de cara a su incorporación a un mercado laboral cada vez más exigente.
Otra de las transformaciones introducidas con el Plan Bolonia es el carácter generalista que han adquirido los títulos de grado. Se trata de programas formativos totalmente profesionalizantes, es decir, que capacitan a los alumnos para ejercer en el mercado laboral. Sin embargo tienen que completarse con alguno de los muchos programas de máster ofertados por las universidades, en los que los estudiantes obtendrán una formación más específica en las áreas elegidas. Tal y como se presenta el mercado laboral, los alumnos que este curso ingresen en la universidad están obligados a labrarse una formación con la que destacar. Y especializarse en algunas de las áreas de conocimiento abordadas en su carrera es una estrategia más que interesante para conseguirlo.
Este proceso de especialización también ha llegado a las universidades. Los campus han iniciado un proceso de búsqueda de identidad, conscientes de que no pueden ser buenos en todas las ramas del conocimiento. De ahí que estén realizando un esfuerzo destacado en potenciar una serie de áreas estratégicas. Este fenómeno es más acusado en las universidades de pequeño tamaño, que necesitan hacerse fuertes en alguna área específica para seguir siendo interesantes tanto para los alumnos como para su propio entorno.
Por ejemplo, la Universidad de Almería y Jaén trabajan para convertirse en referente en áreas como la agroalimentación y el medio ambiente; la Universidad de Jaén destaca también en agroalimentación y está buscándose un hueco destacado en la parcela de las nuevas tecnologías de la información; por su parte, la Universidad de Granada, al ser un campus de mucho mayor tamaño que el resto, potencia su carácter de universidad generalista, aunque también ha potenciado los trabajos en biotecnología, en campo de la salud o el de las nuevas tecnologías. Por su parte, la Universidad Católica de Murcia es una universidad privada que destaca, primero, por el impulso al deporte; y también por la versatilidad de sus títulos, que pueden cursarse en modalidad presencial, semipresencial u on-line.
Estas cuatro universidades se han erigido como los principales agentes de generación de conocimiento en el sureste peninsular. Universidades, particularidades aparte, que trabajan por ofrecer la mejor formación a sus alumnos; campus empeñados en trasladar la cultura de la innovación a sus entornos más cercanos, con la que fortalecer un sector tecnológico que sea capaz de tirar del carro de la economía regional y acabar, de esa manera, con tópicos que en los últimos tiempos se ajustan poco a la realidad.
A partir del mes de octubre, unos 15.000 alumnos ingresarán en estas cuatro universidades, iniciarán su carrera universitaria, que les llevará a convertirse en los profesionales que liderarán la transformación de este país. Aunque antes de ello hay que superar la Prueba de Acceso a la Universidad (PAU), que no es tan dura como la presentan, ya que la gran mayoría consigue superarla. Lo complicado está entonces en obtener una buena nota que permita ingresar en la carrera deseada.
