Fondón cierra su primera participación como sede de los Cursos de Verano de la Universidad de Almería (UAL). El municipio alpujarreño ha acogido el seminario ‘De la guerra a la democracia: política, economía y sociedad en la Alpujarra almeriense’, en el que se ha repasado la historia alpujarreña durante la dictadura y, a su vez, propiciar que se reflexione sobre “los paralelismos con la actualidad son obvios, pero las generaciones de españoles más jóvenes desconocen o no saben valorar correctamente nuestro pasado como país de emigrantes, de largo tiempo o temporeros”. Así lo ha sostenido Manuel Ortiz, catedrático del Departamento de Historia de la Universidad de Castilla-La Mancha.
Actualmente él es investigador principal de un proyecto de investigación del Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades que lleva por título ‘Los otros emigrantes. Trabajadores temporeros en Europa, 1945-2022’. Desde esa perspectiva, ha considerado todo un acierto la propuesta de este curso de verano dirigido por María Dolores Haro y Mónica Fernández: “Consideramos que el tema es de rabiosa actualidad y, además, consideramos que su tratamiento es especialmente importante dentro del nuevo concepto que se tiene de Memoria Democrática, porque no podemos entender bien la Historia reciente de España sin tratar la emigración como un ingrediente fundamental de nuestro pasado, pero también de nuestro presente”. Además, ha elogiado la elección de sede como una muestra de lo ocurrido en la provincia: “De Almería salieron un buen número de emigrantes”.
Desde Fondón, “este curso debe servir para darle protagonismo a quienes durante estos años han contribuido a aliviar el problema del desempleo y han contribuido con sus divisas al desarrollo económico del país”. Ortiz ha dibujado en su ponencia este elemento fundamental de esa parte de la historia, ‘La emigración española en la dictadura franquista’, “un fenómeno que empezó con fuerza en los años cincuenta del siglo pasado, que se ha mantenido hasta ahora, por cierto, y que tiene especial incidencia en el medio rural, porque podríamos decir que se sentaron las bases para lo que hoy conocemos como la España deshabitada”. Sobre las demás perspectivas abordadas en el seminario, “ofrecen una imagen muy interesante de la España del presente, simbiosis entre lo general y lo particular en un tiempo relativamente largo, supone una propuesta muy acertada para conocer nuestra evolución”.
Todo ello ha sido un rotundo éxito gracias, según ha valorado el propio Manuel Ortiz, a “los ponentes, que representan un conjunto de expertos”, dándole “el mérito a los organizadores” de “reunir temáticas que componen un puzle muy completo”. Tan es así que el presente ha tenido en este curso un espejo, volviendo el catedrático al paralelismo del fenómeno migratorio con la actualidad y a los más jóvenes: “Desconocen las dificultades que muchas personas tuvieron que atravesar para integrarse en otros países donde se les ofrecían los trabajos que ellos no querían, sin contratos o en condiciones muy precarias, algo muy similar a lo que ahora, que somos un país de acogida, ofrecemos a ‘los otros’, a los que vienen de fuera”. Rotundo, “no vienen para quitarnos nuestros trabajos, sino para desempeñar los que nosotros no queremos y con bajos salarios, mantienen nuestras pensiones y sostienen la demografía”.
Ortiz ha mostrado su preocupación ante “el incremento de posturas xenófobas, la mayoría alentadas por la extrema derecha”, ya que “provoca que en la actualidad sea necesario ampliar el concepto de Memoria Democrática hacia temas como la emigración, lo cual permitirá evidenciar que la sociedad española no se puede entender si no se atiende a las migraciones como elemento explicativo de nuestra cultura, política y economía”. Se ha mostrado tajante al manifestar que “el desprecio a las migraciones es negarnos a nosotros mismos”. Lo ha sostenido en una exposición de los relatos más conocidos de la historia reciente, “la importancia que ha tenido la emigración española a Europa, concretamente la de movimientos temporeros, una de las grandes olvidadas de la historia de nuestro país, a pesar de su importancia”.
Según el ponente, “integrar este movimiento de población en las narrativas de nuestro país es necesario para lograr una radiografía más cercana sobre nuestro pasado por tres motivos: primero porque permitió a miles de familias tener unos ingresos económicos que les servían para sobrevivir el resto del año y para hacer ciertas inversiones en la mejora de sus hogares, en la apertura de negocios o en el pago de los estudios de los hijos, segundo porque estas estancias en el extranjero fueron las primeras vivencias en sociedades democráticas, algo que tuvo un impacto significativo en la ciudadanía española y en la deslegitimación de la dictadura, y tercero porque los propios trabajadores y trabajadoras conocieron de primera mano el desarrollo europeo”. Ese conjunto “sirvió para evidenciar que el modelo totalizador, violento y autárquico de la dictadura tenía fisuras y contradicciones que, poco a poco, fueron haciéndose más evidentes”.
En su descripción, Manuel Ortiz ha trazado el mapa migratorio para los españoles, partiendo de que “desde la reapertura de las fronteras pirenaicas en 1948 se fue consolidando un movimiento de trabajadores temporeros hacia Europa, sobre todo Francia y Suiza, para realizar tareas durante un tiempo determinado, normalmente tres o cuatro semanas, aunque podía alargarse hasta nueve meses”. Durante la década de los cincuenta “este movimiento novedoso se consolidó en un contexto en el que en España no existía ningún tipo de gestión institucional de la emigración, ya que hubo que esperar a 1956 para el Instituto Español de Emigración (IEE), a 1957 para poner en marcha el primer acuerdo de seguridad social y a 1961 para firmar el Acuerdo Complementario hispano-francés sobre el trabajo de los temporeros”.
En su discurso ha quedado claro que “el hecho de que apareciera antes el movimiento de población que su propia organización facilitó problemas en los desplazamientos, ausencia de contratos laborales y abusos en los puestos de trabajo; de hecho, los escasos controles que existieron en esos primeros momentos eran promovidos por los países de destino”. También salieron muchos españoles a trabajar a Alemania, Holanda o Bélgica, “pero en estos casos los países de acogida no llevaron a cabo políticas de integración, utilizando la vía del ‘trabajador turista’, que hacía su papel y volvía al país de origen lo antes posible”. En Europa se produjeron grandes cambios en el mercado laboral y los trabajos con peores salarios y condiciones se estaban quedando sin mano de obra: “En ese marco, los patronos europeos encontraron en España un caladero de personas dispuestas a realizarlos a cambio de bajos salarios y casi sin ningún tipo de protección, pues, como mostraba la revista ‘Democracia’, cualquier salida era buena para “huir de la miseria” del campo español”.