Xylella fastidiosa, la bacteria causante de enfermedades mortales que ya aniquiló millones de plantas, destacando los olivos entre ellas, al obstruir sus conductos y tejidos vegetales se beneficia del cambio climático, según se ha descubierto en un estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).
Personal investigador del Instituto de Física Interdisciplinar y Sistemas Complejos (IFISC), centro mixto CSIC y la Universidad de Islas Baleares (UIB), estudió, mediante una nueva técnica, su propagación para conocer cómo será su futuro en los diferentes escenarios que plantea el calentamiento global.
Los hallazgos, publicados en un estudio en la revista ‘Scientific Reports’, describen cómo un aumento de más de tres grados en la temperatura media del planeta sería un “punto de inflexión en el riesgo” de que la bacteria, que afecta a olivos, almendros y viñedos de los países mediterráneos, se expanda más al norte en Europa.
El clima determina el área en la que pueden ocurrir estas enfermedades, de ahí que una temperatura favorable potencie el desarrollo de brotes epidémicos, según detalló el CSIC.
El científico del IFISC-CSIC y autor de esta investigación, Manuel Matías, consideró el cambio climático clave en el “impulso y distribución de las enfermedades en las plantas de todo el mundo”.
El equipo que lidera Matías delimitó el efecto contagioso de la X. fastidiosa en cuatro estadios diferentes de crecimiento continuado de las temperaturas que se prevén para los próximos años: un incremento de 1,5, dos o tres y hasta cuatro grados, respecto a niveles preindustriales. En todos los escenarios se repite el patrón de mayor riesgo de infección debido al aumento de temperatura.
Los investigadores consideran el cambio climático como uno de los mayores retos para la política agrícola de la Unión Europea. De ahí que argumenten que saber qué va a suceder en ciertas regiones servirá para tomar mejores decisiones a futuro y prevenir el posible impacto de la enfermedad en los cultivos. Por este motivo, los científicos han cuantificado el riesgo de infección de X. fastidiosa a distintas escalas espaciales; a nivel de país, denominaciones de origen y plantaciones vinícolas conocidas.
Basándose en un análisis de la superficie en riesgo por país, los científicos han cotejado cómo, en un escenario inicial que proyecta un aumento de temperatura de 1.5 grados, Portugal y Grecia se enfrentan al mayor riesgo de contagio, con un 12% y 2% más, respectivamente. Un escenario que, con 4 grados más, se elevaría a un “sorprendente” riesgo, admiten, del 47% y 63%. Los autores describen cómo en este escenario Francia e Italia también experimentarían un riesgo “relevante”, aunque menor. En el caso de España, el segundo mayor productor de vino, aclaran que el riesgo se mantendría parecido a los niveles actuales.
Una situación que contrasta con las zonas con denominación de origen, donde un aumento de más de 2 grados pondría en serio riesgo los cultivos vinícolas, como los que están al sureste de Francia; el Penedés, en España; la Bairrada portuguesa o la Toscana, en Italia, entre otros. Estos datos se pueden consultar online en la web del IFISC, acompañados de un detallado análisis por denominación de origen, tipos de riesgo, escenario según el aumento de la temperatura, y que además está organizado por país y zona geográfica.
Los autores admiten las limitaciones de su modelo que trabaja con proyecciones climáticas al enfrentarse a lo intrincado de los microclimas que se dan en algunas zonas vitivinícolas. Pese a ello, consideran importante intentar comprender la forma en la que se propaga la enfermedad, de ahí el origen interdisciplinar del estudio, que aúna modelos epidemiológicos y climáticos. La investigación concluye argumentando que la nueva información servirá para poder gestionar mejor los recursos destinados a prevención, dando así prioridad a las áreas según su porcentaje de riesgo de infección. Una forma en la que Europa puede, pese a la incertidumbre, tomar mejores decisiones y estrategias eficaces para mitigar los riesgos que plantea la enfermedad de Pierce. Una manera, precisan los científicos, de salvaguardar el futuro de la viticultura frente al cambio climático.