Los mundos de Rafael Gadea siempre han llamado la atención, sobre todo a la mayoría de los artistas. Pintores, escultores, grabadores, incluso escritores, desde todos los géneros y técnicas, se ha rodeado a Rafael Gadea, se le ha querido apadrinar, con actitudes de asesoramiento, e insinuado multitud de caminos en un intento, no siempre, sólo en algunos casos, de apoderarse de sus secretos y asumir (cosa muy normal en los escenarios culturales de Almería) una autoría indirecta sobre este pintor, cosa que no le corresponde más que a él. Rodeado de multitud de jueces, que no comprenden por qué Gadea ha encontrado, desde la simplicidad, el secreto de unos mundos que a otros, imbuidos de grandes técnicas y éxitos comerciales, les ha sido negado. Y él, desde una aparente ignorancia, con escasos recursos económicos y desde un sencillo silencio y sabiduría, sonríe e invita a quien quiera acompañarle por los mundos encerrados en sus cuados, a que sencillamente intenten entrar, pero que no pregunten, que el silencio personal y la humildad son la mejor vía de entrada.
La táctica de Rafael Gadea pudiera ser la de sumergirse sin reglas preconcebidas para encontrar lo que a otros pintores les está vedado. Y de vez en cuando hace sus propias investigaciones. Por ejemplo, en esta exposición sorprenden dos cuadros, al margen de casi todo lo anterior: ‘Las Negras’ (1999), ha cambiado su planteamiento, con más oscuridad y poniendo énfasis en el enigma; y ‘Pareja’ (1998), que comparte proximidad en la exposición con una serie de cuadros, desde el punto de vista de la importancia de la contemplación y de las sensaciones abiertas, que al fin y al cabo es lo importante. Desde ‘Paseando por el parque (1998), ‘Interior con dos personajes’ (1999), ‘Tres amigos camuflados en el paisaje’ (1997), ‘Hombre con las manos entrelazadas’ (1998), ‘El silencio del campo’ (1998), ‘Luz al final el túnel’ (‘Pareja haciendo las paces’ (1996), hasta llegar a ‘Dos mujeres mirando a través de una persiana’(1997). Y así en este orden tan peculiar, a veces extraño, disperso, desigual, diferente, entre lo real y la irrealidad, se despliegan los mundos ‘secretos’ de Rafael Gadea.
Me encuentro con los mundos encerrados entre líneas, con personajes satisfechos en la sencillez de sus espacios de colores, de la luz que vive en cada lugar, de la identidad de los distintos tipos a lo que Gadea seguro que conoce personalmente, pero que no tiene por qué dar razones de ello. Incluso se descubre a sí mismo con ironía (‘Cara espátula’, 1991) y sonríe e intenta escaparse hacia otros horizontes, viajar hacia otros lugares, ciudades (‘Madrid, 2007), paisajes, para detenerse en muchas ocasiones a contemplar las pequeñas cosas (‘Bodegón’, 1997). Hay en su pintura una visión literaria, narración de momentos detenidos, sólo estrictamente eso, como si cada cuadro fuese una palabra, un símbolo que aparece y desaparece en cada situación emanada de los títulos sugerentes de cada cuadro.
Cuando he terminado la visita a la exposición, y a la salida, ahora hacia la izquierda, allí sigue ‘Cabeza de hombre’, defendiendo su diminuto territorio, despidiendo al visitante en silencio. Y me ha dado la sensación por un segundo que me ha sonreído. Estoy seguro.