Serón, tierra de mineros y conflictos sociales

La cuenca minera de Serón y Bacares se convirtió en la segunda más importante de España durante las tres primeras décadas del siglo XX, lo que revitalizó esta zona, hasta aquel entonces, olvidada de la provincia de Almería. Durante esa época, varios movimientos sociales pusieron las bases para el desarrollo de la lucha obrera en este país, una época convulsa en la que los mineros alcanzaron logros, hasta entontes impensables, como la jornada laboral de ocho horas.

 

La industria minera fue uno de los activos económicos más destacados de la provincia de Almería. Sus sierras albergaban una gran cantidad de mineral, que atrajo a grandes compañías europeas en busca de un recurso muy reclamado por una Europa en plena ebullición industrial y necesitada de mineral. La instalación de empresas de origen belga, alemán, inglés y holandés, así como el conjunto de empresas nacionales, las más importantes venidas del País Vasco y otros puntos de Andalucía, hicieron del sudeste peninsular una de las cuencas mineras más destacadas del país, una cuenca que rivalizó con la de Santander por el segundo puesto a nivel nacional, por detrás de la de Vizcaya, unas explotaciones que trajeron riqueza a unos entornos de la provincia que languidecían por el olvido y la emigración, que revitalizaron toda una comarca y la colocaron en el apetecible mapa europeo del mineral.

Todo ese desarrollo industrial y económico también tuvo su reflejo en la sociedad almeriense de la época, que llegó a ver cómo del orden de 6.000 personas vivían directamente del trabajo en las explotaciones de mineral. Esa cantidad de trabajadores dio lugar a una organización social que sentó las bases de la lucha obrera en este país, un sistema organizativo pionero en la época que. Por aquel entonces, los mineros de la cuenca de Serón y Bacares alcanzaron logros impensables para la época, como la consecución de la jornada de ocho horas, la atención sanitaria a los obreros, así como una sustancial mejora en las condiciones de trabajo de unos obreros que encontraban en los pozos una salida a la miseria reinante en el resto de la provincia.

Para hablar de minería en la provincia de Almería hay que remontarse a la prehistoria, cuando los primeros pobladores de esta tierra descubrieron el uso de los metales que encontraban con facilidad. Desde aquellos tiempos muy alejados, Almería ha ido configurándose como una tierra muy rica en mineral. Sin embargo, no fue hasta el siglo XIX cuando comienza una industria fuerte en la provincia, en un principio centrada en el plomo, para explotar, casi en el siglo XX, los ricos yacimientos de hierros repartidos por casi toda la provincia y que eran especialmente ricos en la zona de Serón.

La llegada del ferrocarril en 1895 supuso un hito de primer nivel para una provincia, como la de Almería, que en aquel entonces estaba sumida en la miseria y el olvido al que habitualmente se condenan a las tierras periféricas. Como afirma el profesor de la Universidad de Murcia, Miguel Ángel Pérez de Perceval, la historia de la minería de la provincia no habría sido posible sin el desarrollo de unas infraestructuras de transporte adecuadas para llevar el mineral extraído de la sierra hasta el mar, desde donde partían barcos con destino a todo el mundo, aunque fue el mercado británico el principal consumidor del hierro producido en las minas. Las minas almerienses no contaban con una producción sobresaliente, tampoco disponían de una tecnología que las hiciera especialmente eficientes, sin embargo, sí disponían del transporte, de un ferrocarril cercano, la línea Baza-Lorca, que propició la salida del mineral por el cargadero El Hornillo, de la localidad murciana de Águilas, un ferrocarril que tenía sentido sólo vinculado a la actividad minera, tanto que cuando esta cesó, a finales de los 60, se resintió la viabilidad económica de esta vía férrea, con la que se llevaba el mineral hasta los cargaderos marítimos.

Desde los primeros años del siglo XX se iniciaron un par de décadas en las que el entorno de Serón y Bacares vivió una transformación en lo social muy destacada, que transformó por completo este entorno en una tierra de oportunidades, pero con unas condiciones laborales realmente complicadas, para una población que rozaba la miseria y que apenas tenía suficiente dinero para comer con el sueldo base de la mina.

La situación internacional hacía de esta tierra uno de los principales focos de producción de hierro, como explica el historiador almeriense Juan Trorreblanca, que en breve publicará su tesis sobre la Minería y Conflictividad Social en la Cuenca Minera de Serón-Bacares, uno de los primeros trabajos que abordan el movimiento obrero en la zona y que saca a la luz una lucha desigual con la que los mineros de la época alcanzaron una serie de beneficios sociales muy destacados en su momento, tanto que se colocaron a la cabeza del incipiente movimiento laboral que, años más tarde, tendría una especial repercusión en las cuencas mineras del norte del país.

La situación internacional de preguerra se tradujo en un especial interés por el mineral almeriense, que sirvió para el equipamiento bélico de los países participantes en la Primera Guerra Mundial. Un interés que se mantuvo en el tiempo hasta que el crack de 1929 acabó con la prosperidad mundial y tuvo un fuerte impacto en la provincia, tanto que la producción minera de toda Almería se redujo casi exclusivamente a la zona de Serón y Bacares, una cuenca que se mantuvo muy activa durante varias décadas, hasta que en 1968 se despidieron a los 500 trabajadores que quedaban en la explotación y se echó el cierre definitivo a la cuenca minera.

Fue una época dorada para la economía de la zona y la del resto de la provincia, una época en la que había trabajo, en la que las familias no tenían que poner tierra de por medio, en busca de un futuro más próspero. Sin embargo, a pesar de contar con un puesto de trabajo, la situación en las minas de Serón y Bacares no era nada agradable. La abundancia de mineral y la solución del problema del transporte que supusieron el ferrocarril y los diferentes cables aéreos que conectaban los pozos con los cargaderos ferroviarios hicieron que el metal contara con unos precios atractivos para los mercados. Estas circunstancias fueron de especial relevancia, como explica Juan Torreblanca, para que las empresas responsables de la explotación de las minas no invirtieran demasiado en la mejora de los sistemas extractivos. De tal manera, las condiciones en las que tenían que trabajar los mineros de la zona estaban muy lejos de ser saludables. La penuria del trabajo en la mina, la miseria y la falta de alternativas se cebaron con la población.

Socialmente, la provincia de Almería estaba “muy retrasada”, explica Torreblanca, y esta situación también tenía su reflejo en la pobre vida asociativa existente en la provincia, que minaba las posibilidades de actuación de las organizaciones de resistencia, que luchaban por una mejora en las condiciones de vida de los obreros.

Esta situación era más “acusada” en la cuenca minera de Serón y Bacares, terreno estudiado en profundidad por Juan Torreblanca. El “aislamiento” al que estaba sometida la zona hizo que la pobreza asociativa de esta cuenca fuera mayor que en resto del país. Esta situación corrió en beneficio de las compañías explotadoras, a las que les resultaba mucho más sencillo controlar cualquier tipo de organización, y que no dudaban en emplear medidas represivas con contundencia, entre las que el despido de los obreros “revoltosos” era el mejor de los males. En estos años de tímido asociacionismo, justo en los primeros años del siglo XX, las organizaciones obreras eran de carácter mutualista, por un lado, a la vez que surgían otras de resistencia. En cualquier caso, ambas luchaban por mejorar las condiciones laborales de un entorno en el que el trabajo de niños, los salario míseros y la ausencia de descanso eran una constante en una cuenca como ésta, en la que primaba el trabajo a destajo.

El profesor Pérez de Perceval, en uno de sus estudios sobre la minería en la provincia de Almería, incide también en el aislamiento al que estaba sometida la población minera y la especial situación de la provincia de Almería, que se tradujeron en que apenas hubo movimientos en pro de los derechos de una población, sometida, en la mayoría de los casos, a los dictámenes de las empresas mineras. Sin embargo, la concentración de un gran número de trabajadores, así como la superación parte del aislamiento al que estaba sometida la comarca por la llegada de mineros de otros puntos del país, según aclara Juan Torreblanca, se tradujo en que durante las tres primeras décadas del siglo XX se organizara un movimiento obrero en la zona como nunca antes se había desarrollado, con una especial relevancia en los años veinte, una época marcada por la crisis de postguerra y la entrada en juego de nuevos mercados como el marroquí y el tunecino, con unos precios más bajos y un mineral de mayor calidad.

Juan Torreblanca tiene una relación muy especial con la cuenca minera de Serón y Bacares. Su padre, minero de profesión, le trasmitió su experiencia de toda una vida entregada a la extracción de mineral. Esta vinculación personal ha llevado a este historiador a la realización de una tesis doctoral sobre uno de los fenómenos menos estudiados de la historiografía almeriense. Después de haber contrastado las fuentes documentales del momento, los testimonios de algunos de los obreros de la época con los que ha tenido contacto, Torreblanca reconoce la importancia que tuvieron los movimientos sociales en una cuenca que, en torno a 1903 empleaba a más de 2.500 trabajadores y que en años posteriores llegó a tener más de 3.000 trabajadores.

“Los obreros vivía hacinados en cuartos construidos por las compañías, las compras se tenían que hacer en establecimientos de las empresas mineras, a unos precios superiores al del resto de tiendas y a todo esto se le unían unas condiciones de trabajo pésimas”, cuenta este historiador. Esta situación derivó en la creación de las primeras sociedades obreras, que luchaban por la dignidad de unos mineros castigados por la dureza del trabajo en la mina y una meteorología muy dura, que se hacía todavía más cruda en el invierno. Poco a poco se fue generando un movimiento obrero que gana en adeptos, hasta alcanzar su época más activa, justo después de la Primera Guerra Mundial y la revolución rusa, que contagió las ideas revolucionarias a los focos obreros. Fue en ese momento, según los estudios de Juan Torreblanca, cuando se creó el Sindicato Minero, resultado de la unión de varias sociedades de resistencia de la provincia.

Un trabajo más organizado y la intervención de líderes obreros como Rodolfo Viñas hicieron de este sindicato un órgano temido por las empresas. En el verano de 1918 se produjeron movimientos muy intensos que casi acaban en huelga general. Esta situación trascendió de la comarca de Los Filabres y llegó a ser recogida por la prensa nacional, lo que despertó el interés de la sociedad por la vida de los mineros y éstos alcanzaron logros, hasta la fecha, impensables, como la jornada laboral de ocho horas, un año antes de que se implantara en el resto del país.

Un año más tarde, en 1919, se repiten los movimientos obreros en la cuenca de Serón y Bacares. En este caso, la reacción de los mineros se produjo después de que las empresas quisieran liberarse de las presiones del sindicato. Con la excusa de que la demanda de mineral había caído, se iniciaron una serie de despidos y muchos de los cabecillas de las revueltas estaban entre los mineros que se habían quedado sin trabajo. Esta purga provocó una gran huelga en la que los mineros destruyeron material de la mina, inutilizaron los cables que transportaban el mineral. Fueron unas revueltas muy violentas, que se resolvieron con el destierro de los cabecillas del sindicato y el despido de los obreros más incómodos para las empresas.

La situación, como explica Juan Torreblanca, se calmó durante unos años, hasta que en 1923 volvió a estallar la situación, debido a la confluencia de diversos factores. La crisis de demanda de hierro provocó una bajada en los exiguos salarios de los mineros. “Se produjo una huelga de grandes dimensiones y tuvo que intervenir el Gobierno a través del Instituto de Reformas Sociales, que constató la malas condiciones de vida de los trabajadores y obligó a las compañías a mejorarlas”, comenta Juan Torreblanca. Esta huelga se prolongó hasta el mes de septiembre, debido a que los mineros no podían aguantar más por la falta de recursos. Los sucesos de 1923 fueron, en parte, capitaneados por Justiniano Bravo, un líder del Partido Comunista, que articuló gran parte de la protesta obrera e introdujo al partido en la cuenca minera de Serón y Bacares. Sin embargo, la alegría duró poco tiempo, ya que la llegada de la dictadura de Primo de Rivera acabó con los logros obreros, a la vez que actuó contundentemente para disolver las organizaciones. Así, las compañías volvieron a retomar el poder en la zona y deshicieron mucho de los avances logrados por la lucha obrera, apoyados por la dictadura.

A partir de ese momento, la cuenca minera se viene a menos y queda paralizada durante la Guerra Civil. Años más tarde se retoma la actividad minera, alentada por un incremento en la demanda de mineral, aunque en esta ocasión, con la dictadura de Franco, los movimientos obreros no tienen ninguna fuerza. “Los obreros volvieron a las condiciones salariales que tenían antes de la Primera Guerra Mundial”, comenta Juan Torreblanca, y muchos de los logros alcanzados se van a la basura, ante la fuerza que habían adquirido las compañías mineras y la represión del régimen, una situación que se mantuvo casi inalterada hasta el desmantelamiento de la cuenca minera, en 1968.

Así termina una historia de lucha en busca de la dignidad de unos obreros que padecieron el aislamiento de una comarca castigada por la meteorología y las condiciones impuestas por unas compañías extranjeras que encontraron en este país una mano de obra barata y una legislación laboral que les permitió disponer a su antojo sobre las condiciones laborales de sus trabajadores. La cuenca minera de Serón y Bacares tuvo mucha importancia a nivel nacional e internacional, sin embargo, sus obreros no supieron de los beneficios laborales con los que contaban en otros lugares, sólo se agarraron al clavo ardiendo que era un trabajo con el que comer todos los días y gracias al cual no tuvieron que abandonar su tierra.

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