Junto a los océanos, el suelo está considerado como el mayor sumidero de carbono. Sin embargo, este proceso no siempre funciona de la misma manera, hasta el punto de haberse constatado situaciones en las que los suelos emiten más dióxido de carbono del que son capaces de capturar, y convertirse en una fuente emisora este gas de efecto invernadero, principal responsable del cambio climático.
¿Se trata de un proceso natural? Pues, en realidad, sí, pero todo tiene sus matices. Y en este caso, una vez más, la explicación a que los suelos aumenten su tendencia a convertirse en una fuente emisora de gases contaminantes se encuentra en la actividad antrópica que ha generado el aumento de la temperatura y el descenso de precipitaciones de este cambio climático. Se trata de una situación circular difícilmente revertible, a no ser que se tomen medidas drásticas, que conduzcan a detener el cambio global.
Suelos: sumideros de carbono o emisores de CO2
Pero, concretamente, qué está ocurriendo para que alguno suelos, en vez de actuar como un sumidero de carbono, emitan más gases de efecto invernadero de los que pueden atrapar. Para responder a esta pregunta, primero hay que conocer su funcionamiento.
Muy resumidamente, se podría decir que el carbono se fija en el suelo a través de las plantas. Gracias a la fotosíntesis, capturan el CO2 de la atmósfera y emplean las moléculas de carbono en la formación de sus estructuras.
El carbono es el ingrediente primordial de las hojas, el tallo, incluso también de los pétalos de las flores. Por otro lado, la vegetación inyecta carbono en el suelo por un proceso que se conoce como exudación.
Microbiota del suelo
Todo el CO2 que llega a través de las raíces, así como la materia orgánica que cae en el suelo permiten que se desarrollen un conjunto de microorganismos, llamados microbiota del suelo, encargada de la descomposición de esa materia.
En este proceso de descomposición hay un punto de no avance, que es cuando se llega a una materia orgánica recalcitrante, que ya no se puede descomponer más y que queda fijada, con su carbono correspondiente, a los elementos del suelo. Así se consigue que el suelo se convierta en un almacén de carbono, en un sumidero de carbono.
El carbono siempre está en circulación
Sin embargo, como explica el director del Centro Andaluza de Evaluación y Seguimiento del Cambio Global (CAESCG) de la Universidad de Almería, Javier Cabello, “el carbono siempre está circulando, no se llega a retirar de la atmósfera para siempre”. Y es justamente aquí donde entran en juego los efectos del cambio climático, en un efecto de círculo vicioso, más acusado todavía en entornos áridos.
El Parque Natural de Cabo de Gata-Níjar, en Almería, es un escenario ideal para observar el cambio global, ya que en él se anticipan los procesos que se reproducirán en otros entornos a medida que avance la aridez.
Javier Cabello explica que la microbiota del suelo en espacios áridos como el parque natural almeriense se activa con las altas temperaturas y los picos de precipitación propios de las lluvias torrenciales. Estos factores hacen que se produzca una explosión de la actividad de los microorganismos del suelo. Esa excitación conlleva a que se incremente la respiración de estos organismos del subsuelo y crece también el volumen de carbono, tanto que acaba liberándose a la atmósfera.
“En la medida en que deforestamos, erosionamos suelos y aumenta la temperatura se generan las condiciones para que se incrementen la emisiones de dióxido de carbono del suelo”, añade este investigador de la Universidad de Almería.
La falta de agua frena la fotosíntesis
Otro factor determinante en las zonas áridas es la limitación de agua. Las plantas tienen unos recursos muy limitados y las estructuras que llegan a generar no les permiten tener una capacidad fotosintética comparable a la de entornos más húmedos, incluso llegan a detenerla en los periodos de mayor aridez, por lo que su capacidad para atrapar CO2 y potenciar el efecto del suelo como sumidero de carbono también es limitada.
Por eso, el director del CAESCG de la Universidad de Almería resalta el valor del azufaifo en el entorno del Cabo de Gata. Este arbusto tiene capacidad para alcanzar las reservas subterráneas de agua, lo que hace que su desarrollo no dependa de las precipitaciones.
Así, mantiene una capacidad fotosintética elevada y un potencial para capturar dióxido de carbono de la atmósfera mucho mayor que la del resto de las plantas de entornos áridos.
Respiración del suelo de Cabo de Gata
Investigadores del CAESCG llevan desde 2006 monitorizando la respiración del suelo en el entorno de Cabo de Gata, concretamente, en colaboración con otras instituciones, cuentan con una estación avanzada en una zona de espartal, de la que obtienen datos muy relevantes.
Cecilio Oyonarte es uno de los científicos implicados en este trabajo y explica que todavía no hay datos suficientes para obtener una conclusión clara de cómo funciona el suelo en relación con el proceso de cambio climático, para lo que se necesitaría una serie temporal mucho más amplia.
Sin embargo, sí explica algunos fenómenos detectados a lo largo de todo este tiempo. Por un lado, la temperatura en este espacio árido no es un factor excitante de la respiración del suelo, ya que, según explica este experto, en este entorno almeriense se mantiene todo el año en unos niveles que favorecen la actividad de la microbiota del suelo.
La lluvia torrencial potencia la actividad de los microorganismos del suelo
El impacto fuerte, y ahí coincide con Javier Cabello, sucede en casos de lluvia torrencial. En esas circunstancias se produce un “desacoplamiento” entre la actividad superficial y del subsuelo.
Como ya se ha descrito anteriormente, la lluvia supone la activación de la respiración de los microorganismos del suelo. Y cuanto más intensa sea, más actividad genera, más respiración se produce y más carbono se libera.
La descompensación viene porque la vegetación no es capaz de reaccionar ante este tipo de lluvias, no puede volver a poner en marcha el proceso fotosintético para atrapar el CO2 o, si lo activa, desde luego no tiene la potencia suficiente como para capturar todo el carbono que han liberado los microorganismos.
La vegetación de zonas áridas necesita que las precipitaciones sean más continuadas en el tiempo y den lugar a que el suelo retenga más humedad, para ejercer su función de sumidero de carbono.
El viento provoca que se libere CO2 del suelo
En el Parque Natural Cabo de Gata-Níjar también se ha descrito un fenómeno que se desconocía. Ocurre que los días de mucho viento (en esta zona abundan) se han registrado emisiones de CO2 anormalmente elevadas, y que no se corresponden con un incremento de la respiración de la microbiota del suelo.
La hipótesis que plantea el equipo en el que está integrado Cecilio Oyonarte es que el viento penetra por los poros del suelo y saca hacia fuera el carbono que hay almacenado en él. Un fenómeno está muy asociado a la aridez y se produce en los periodos más secos del año.
“Si el suelo está húmedo, los poros están ocupados por agua y los gases están como atrapados. En periodos secos, todo el espacio poroso esté comunicado, y en el momento en el que se le somete a una presión, tiende a liberar los gases”, aclara Oyonarte.
Todos estos procesos relacionados con la respiración del suelo ocurren en un espacio geográfico muy concreto, sometido a unas condiciones de aridez casi extremas. Pero estudiarlo tiene una gran importancia, ya que la tendencia descrita en los modelos de cambio climático, hace pensar que otras zonas de la geografía del Sureste tendrán unas condiciones muy parecidas y darán lugar a que se repita esta dinámica de intercambio de carbono entre el suelo y la atmósfera. Solamente teniendo muy claro su funcionamiento se podrán diseñar medidas para mitigar este proceso.