El plomo empleado en la caza menor no supone un riesgo importante para la salud de los consumidores

Un trabajo de la UCO concluye, tras analizar las concentraciones de plomo en tres especies de interés cinegético, que no existe un riesgo significativo en el consumo de esta carne, aunque advierte de la importancia de la dosis y del número de perdigones que reciba el animal

El plomo está considerado como tóxico en animales y humanos y uno de los principales elementos asociados al ejercicio de la caza menor por munición, cuyos perdigones contienen pequeñas esferas de este metal. En España, concretamente, su uso está prohibido en humedales debido al peligro que entraña para las aves acuáticas que ingieren pequeñas cantidadespresentes en este medio, pero la restricción no ha sido aplicada a ecosistemas terrestres. 

Precisamente, analizar la influencia de la contaminación de este metal en aves de caza menor en este tipo de ecosistemas ha sido el objetivo de un nuevo estudio publicado por el Departamento de Bromatología y Tecnología de los Alimentos y el Departamento de Ingeniería Forestal de la Universidad de Córdoba, cuyas principales conclusiones apuntan a que el plomo empleado en la actividad cinegética “no supone un riesgo significativo para la salud de las personas que consumen esta carne”. 

Para ello, el equipo de investigación ha analizado las concentraciones de plomo en la pechuga de casi 90 ejemplares de zorzales, palomas torcaces y tórtolas europeas, tres de las especies que más interés despiertan en el mundo de la caza. Según los resultados obtenidos, el nivel de este metal en la mitad de las aves analizadas está por encima de los límites establecidos, pero, tal y como sugiere el estudio, “sería un error inferir a partir de este dato que el consumo de esta carne es perjudicial para la salud”. 

La dosis hace el veneno

El equipo de investigación ha desarrollado un modelo probabilístico en la que no sólo tienen en cuenta la concentración de plomo en el interior de estos animales, sino también la frecuencia con la que se ingiere el producto, una segunda variable que, sumada a la ecuación, marca la diferencia. Como en todo, la dosis hace el veneno. 

El estudio ha valorado el peligro de consumir esta carne en cuatro escenarios distintos: consumidores ocasionales, periódicos, frecuentes y extremos. Para estos últimos, un grupo representado fundamentalmente por cazadores y su entorno familiar, que destinan la carne al autoconsumo, el riesgo podría ser mayor, especialmente en aves que han recibido más de cuatro impactos por perdigónen la pechuga, la cual a su vez es la porción más representativa para los consumidores. Por ello, el grupo de investigación está estudiando la posibilidad de elaborar una pequeña guía de uso doméstico que pueda ser útil para las personas que se dedican a la caza y ayudarles a discernir si un determinado animal representa un riesgo significativo para la salud. 

El trabajo está enmarcado en una línea de investigación del grupo liderada por los doctores Fernando Cámara-Martos y Jesús Sevillano-Morales mediante la que tratan de realizar una valoración nutricional y toxicológica de este tipo de carne y parte del proyecto de Fin de Carrera de Jesús Sevillano-Caño. Según concluye este investigador, “la problemática del plomo está enmascarando las altas cualidades nutricionales y gastronómicas que tiene la carne de caza y esto es algo que no deberíamos perder de vista”.

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