Luisa Amo, investigadora de la Estación Experimental de Zonas Áridas (EEZA), llegará este mes de enero a la Antártida donde estudiará el sentido del olfato de los pingüinos, un trabajo que ahondará en el conocimiento de la comunicación química en las aves. Esta científica participa en una expedición conjunta que contará con tres investigadores más de la Universidad de Granada, la Universidad de Cadiz y otros centros pertenecientes al CSIC.
Para Luisa Amo este es su primer viaje a la Antártida. Forma parte del equipo de Andrés Barbosa, llegará en enero y se encuentra “con ganas de llegar y de vivir la experiencia”. Su labor se aleja de la vulcanología y la sísmica y se adentra en territorio animal. Viajará allí para estudiar “el sentido del olfato en los pingüinos”.
“Se sabe muy poco del papel de la comunicación química en las aves. En este sentido los pingüinos antárticos ofrecen una excelente oportunidad para estudiar la importancia de las señales químicas en las relaciones de las aves tanto con otros individuos de su especie como con el medio que les rodea”, afirma Luisa Amo.
Y es que, la elección de los pingüinos para estudiar esta comunicación química no es casual. “Por un lado, los pingüinos crían en densas colonias donde el reconocimiento entre individuos es fundamental. Además, poseen un olor característico, perceptible incluso al olfato humano, que nos sugiere que las señales químicas pueden tener cierta importancia en el reconocimiento entre individuos. Por otro lado, los pingüinos se alimentan del krill de los océanos. Creemos que para encontrarlo utilizan un compuesto que se genera cuando el fitoplancton es ingerido por el krill, el dimetil sulfuro (DMS)”, aclara esta investigadora.
Los pingüinos se valen de esta sustancia para localizar los bancos de krill, alimento fundamental para estas aves. “Para estudiar el papel del olfato en las relaciones sociales de los pingüinos así como en la búsqueda del krill del que se alimentan, se estudiará el comportamiento de los pingüinos a través de una serie de experimentos. Por ejemplo, se colocarán tanto en los caminos habituales que recorren los pingüinos hacía el mar, como en balsas en el mar, recipientes que liberen DMS al aire, y otros controles, que no emitan olor, para estudiar si los pingüinos son capaces de detectar este compuesto químico”, explica esta científica.
Rosa Martín (de Málaga) y Enrique Carmona (de Granada), ambos del Instituto Andaluz de Geofísica de la Universidad de Granada, ya navegan rumbo a la isla volcánica de Decepción en el buque militar Las Palmas. Salieron el 10 de diciembre de Andalucía, viajan con el Ejército y serán los primeros en llegar. Sin ellos, no se abrirá la Base Española Gabriel de Castilla. Sin ellos, no se podrán iniciar las investigaciones. Son parte del grupo de trabajo que coordina Inmaculada Serrano y son responsables de fijar el nivel de lo que llaman “semáforo de alerta volcánica”; es decir: “determinamos si la actividad sísmica de la isla es peligrosa, explica la profesora Serrano, que lleva ya tres campañas. Es una misión, entre otros aspectos, de protección civil de la base, ya que velamos por la seguridad de los investigadores en la zona y de los turistas que se acercan a Decepción en crucero”, subraya.
A una engañosa temperatura media de 1 ó 2 grados, -“porque la sensación térmica por el viento es de 20 o 30 grados bajo cero” siguen un estricto protocolo. Llegan a la isla, y estudian si presenta la misma geomorfología que cuando se fueron el año anterior.”Si es así y el tiempo lo permite (el año pasado tardaron 10 días por la nieve), bajan a la playa acompañados del jefe logístico de la base. Entierran un sensor sísmico y, durante cuatro horas controlan la actividad para comunicar al comandante del buque Las Palmas y, a su vez, al Comité Polar en Madrid que es el que autoriza la actividad, que es posible iniciarla”.
Sin embargo, la profesora Serrano destaca que, además de esta tarea de seguridad, su objetivo es “puramente científico”. Bajo el título Seguimiento de la actividad sismovolcánica en isla Decepción, llevan desde 1994 midiendo la actividad sísmica del volcán, y los terremotos de Largo Periodo (es decir, los producidos por las explosiones en cavidades internas del volcán). “Estamos hablando de un volcán puro, donde registramos terremotos sin ruido de la civilización. Estas mediciones nos sirven para hacer trabajos de correlación de ruido, para comparar, para buscar el patrón de comportamiento de este volcán concreto y cotejarlo con otros activos”, explica Inmaculada Serrano. Para ello, usan, desde hace dos años, comunicaciones vía WIFI. “Nos sirven para traer los datos de cada estación en tiempo real, además de que es mucho más práctico porque les afectan menos las inclemencias como el viento”.
Del Instituto Andaluz de Geofísica de la Universidad de Granada, también es el proyecto Mantenimiento de estaciones sísmicas de banda ancha para el análisis de la estructura cortical en el área de las Shetland del Sur, coordinado por Javier Almendros. “Hemos instalado estaciones sísmicas permanentes en tres puntos del Antártico (…), separadas entre sí por unos 250 km, que cruzan el llamado Rift de Bransfield, una zona del planeta donde encontramos diferentes ambientes tectónicos a pequeña escala y donde queremos medir el comportamiento de la corteza ante la actividad sísmica. Aunque hace falta un largo registro de datos sobre terremotos lejanos (en los que la energía atraviesa el interior de la tierra e inciden verticalmente) y sólo llevamos tres años”, asegura.
Para ello han decidido experimentar con un sismómetro electroquímico que no lleva masa como la mayoría sino un fluido que, con las vibraciones, produce una corriente eléctrica. “No necesita ser nivelado a cada tanto y ha resistido bien los embates del invierno antártico”, aclara Almendros. Además, se trata de un sistema de bajo impacto ambiental y de poco consumo. “Cuenta con un sistema de energía a partir de placas solares y generadores eólicos, y un banco de baterías para que aguante en periodos sin luz ni viento. Además, para reducir el consumo de energía, no se transmiten los datos sino que se registran localmente en un disco duro que hay que procesar cada año”. Así que, Almendros, que ya ha participado en cuatro expediciones, envía este año a José Benito Martín Martínez y a José Morales Soto, otros dos miembros del Instituto Andaluz de Geofísica (“a mí no me toca esta vez”) a mantener y revisar las estaciones, y a recoger los datos.
“Todo lo que sabemos sobre vulcanología lo hemos aprendido en Decepción”
La tarea del equipo de Manuel Berrocoso, de la Universidad de Cádiz, es complementar la labor del Instituto Andaluz de Geofísica en lo relativo a medidas de seguridad ante riesgo sísmico. Pero su labor científica se centra en la medición de las alteraciones en superficie que genera la actividad volcánica a partir de modelos matemáticos.
Berrocoso, que lleva participando en estas campañas desde el principio, en 1988/89, ejerce de memoria de la aventura antártica. “Gracias al almirante Catalán, del Real Instituto y Observatorio de la Armada de San Fernando, uno de los polos de desarrollo de la campaña antártica se estableció en Andalucía, junto al otro polo original, ubicado en el centro de Ciencias Marinas del CSIC en Barcelona. Esta experiencia antártica ha ayudado, sin duda, al desarrollo de la geodésica y la sísmica volcánica. Se puede decir que todo lo que sabemos sobre esto lo hemos aprendido en Decepción”.
Él lleva ya 10 expediciones y cree que “se ha ganado en profesionalidad, rigurosidad, en medios y tecnología. Algo sencillo: en las primeras campañas los forros polares eran un exotismo, un material muy especializado que traíamos de Escocia y mira
hoy – comenta Berrocoso- Lo que se ha perdido un poco es ese punto aventurero pero no hay duda de que los resultados son mejores”. Sobre este tema, Almendros asegura que “no es tan fácil encontrar a gente dispuesta. Es una tarea muy exigente, de varios meses, sin domingos… Es mucho trabajo y eso que ahora las base Gabriel de Castilla, cada vez tiene más comodidades”.