Una mortalidad masiva de peces ha hecho saltar todas las alarmas sobre la terrible situación ambiental que vive el Mar Menor, la laguna salada más importante de Europa, asediada desde hace décadas por los nitratos procedentes de la agricultura intensiva del Campo de Cartagena y por las aguas residuales urbanas. La última DANA supuso la puntilla a un espacio que andaba moribundo hacía años.
Entre todos lo mataron y el solito se murió. Este dicho del refranero español resume a la perfección la situación por la que atraviesa el Mar Menor, una laguna salada única en el Mediterráneo, que ahora vive uno de sus peores momentos, hasta el punto de que se teme por su recuperación.
Mar Menor, un ecosistema agredido
El Mar Menor, ubicado en la Región de Murcia, ha sido un ecosistema privilegiado y ha ofrecido un atractivo sin igual para el desarrollo de una actividad turística y recreativa muy lucrativa. Sin embargo, esa imagen se quebró de manera drástica el pasado 12 de octubre, cuando se produjo una mortalidad de peces nunca vista antes, que provocó lágrimas entre los vecinos que han crecido junto a sus aguas y el desconcierto de una Administración, que durante muchos años ha dejado hacer.
Este espacio natural está herido de muerte y la desaparición de toneladas de peces en tan solo unos días no es más que una evidencia más de la situación crítica que vive la laguna.
Apenas un mes antes de la mortalidad masiva de peces y de que las cámaras de televisiones de todo el país se cebaran con unas imágenes dantescas, el Mar Menor y todo el Campo de Cartagena coparon los informativos por las intensas lluvias que trajo una de las mayores gotas frías que se recuerdan en la zona.
La gota fría fue el detonante pero no el origen
El volumen de agua caída y la cantidad de sedimentos arrastrados a la laguna fueron señalados por responsables del Gobierno de la Región de Murcia como la causa de ese colapso ambiental. Sin embargo, esa afirmación no es del todo cierta, como defienden investigadores que llevan muchos años analizando la laguna y que incluso han formado parte del Comité Científico del Mar Menor, creado por el Gobierno murciano en 2016, para buscar soluciones al deterioro de este espacio natural único.
Tras esta tragedia ambiental hay mucho más. Se puede hablar de falta de ordenación del territorio; de una presión urbanística, con la que se han eliminado los sistemas naturales de defensa; pero, sobre todo, de una agricultura intensiva desaforada, que es la responsable principal de que en el Mar Menor se estén produciendo unos sucesos de eutrofización, que agotan el oxígeno del agua y condenan a muerte a todas las especies vivas que se desarrollan en esta laguna salada.
La agricultura intensiva y los daños al Mar Menor
Muchos se preguntarán por la relación existente entre la agricultura del entorno con el Mar Menor. Y no entenderán lo que ocurre. La respuesta es bien sencilla, explicada desde hace años por los científicos que trabajan en la zona y conocida por propia Administración regional.
La agricultura intensiva que ha proliferado en el Campo de Cartagena persigue una producción de alto nivel, en un entorno que tradicionalmente estuvo dedicado a cultivos de secano. Se consiguen varias cosechas por campaña, pero para ello se necesita ‘sembrar’ el campo con una enorme cantidad de fertilizantes, en su mayoría nitratos.
Si estos químicos se quedaran en el lugar de los cultivos, la laguna no tendría estos problemas, y se contaría con unas tierras muy fértiles. Sin embargo, no ocurre así, ya que son arrastrados por la escorrentía al lugar natural de desembocadura que, como se puede suponer, es el Mar Menor.
Los abonos agrícolas alimentan al fitoplancton
Los nutrientes que entran en la laguna fomentan la proliferación de fitoplancton, algas unicelulares que enturbian el agua y consumen una cantidad desmesurada de oxígeno, que padecen el resto de especies que viven en el Mar Menor, con el consiguiente desequilibrio de todo el ecosistema. El proceso de eutrofización comenzó con los vertidos de aguas residuales y se intensificó con la agricultura intensiva instalada en la zona.
Poco antes de las lluvias torrenciales de septiembre, investigadores del Instituto Español de Oceanografía y de la Universidad de Alicante detectaron un aumento de fitoplancton; una situación parecida a la que se había vivido en 2016. Y días después de la gota fría, comenzaron a registrarse niveles de anoxia en el agua, es decir, de falta de oxígeno alarmantes.
Observaron cómo los peces ascendían a aguas menos profundas, en busca de un entorno más propicio para la vida. Incluso llegaron a ver cómo algunos ejemplares comenzaban a boquear, un proceso previo a la muerte por asfixia. Además, detectaron una muerte de toda la comunidad bentónica (formas de vida asociadas al fondo) por debajo de los los 3,5 metros de profundidad. Así que la tormenta perfecta ya estaba desencadenada. Las lluvias fueron el remate final o, si se prefieren, en términos taurinos (poco adecuados para hablar de medio ambiente), la puntilla después de una estocada hasta la bola.
Las lluvias agudizaron una situación crítica
Esa gota que colmó el vaso fue la entrada masiva de agua dulce procedente de las lluvias torrenciales que trajo una de las gotas frías más virulentas de las últimas décadas. Aquí conviene aclarar, una vez más, que la muerte masiva de los peces no se produjo por las lluvias torrenciales, seguramente hubiera llegado tiempo después por la situación tan grave por la que atravesaba el ecosistema de la laguna.
Estas lluvias vinieron a agudizar una situación crítica, que desmontaba de un plumazo la falsa sensación de que el Mar Menor se estaba recuperando de la ‘sopa verde’ de 2016, cuando las aguas se llenaron de fitoplancton y tomaron ese color.
El efecto producido por el agua dulce procedente de la escorrentía lo explica de manera muy gráfica la profesora de Hidrología y Ecología de la Universidad de Murcia, Rosa Gómez. “El agua dulce actuó como una tapadera que impidió el intercambio de oxígeno con la atmósfera”, dice.
Contado con mayor detalle, argumenta que la gran cantidad de agua dulce se quedó en la superficie al tener menor densidad, y no se mezcló con la salada. Se produjo una “estratificación”, que impidió que el Mar Menor accediera al oxígeno del aire, que en esos momentos era el único hilo de vida que tenía. “El estado de anoxia se agudizó mucho y se generaron gases tóxicos, como el amonio o sulfuros”.
Los gases tóxicos mataron a los peces
Conforme esos gases tóxicos iban subiendo del fondo arrasaban con todas las formas de vida que encontraban a su paso, de ahí la enorme mortalidad de peces, que ha dado lugar a imágenes que nadie de la zona podrá olvidar nunca.
Rosa Gómez deja muy claro que la entrada de agua y sedimentos por la riada no ha sido la causante de la mortalidad de peces, ya que se trataba de un proceso ya iniciado y que esta entrada, simplemente, se encargó de agudizar.
“Lo que ha ocurrido es un proceso de eutrofización bien claro, un proceso de libro. Es un proceso conocido. A mí lo que me da rabia es que haya declaraciones en medios, en las que se manifiesta que se desconoce lo que está pasando. Es un disparate responsabilizar a la dana de lo que ha ocurrido. Una situación muy crítica en el Mar Menor, para la que las lluvias torrenciales han sido la última gota”, dice la investigadora de la Universidad de Murcia.
Actuar en el origen de la eutrofización
Tanto esta experta, como otros muchos científicos que han analizado la situación del Mar Menor, son de la opinión de actuar en el origen de la eutrofización de la laguna, es decir, en el sector agrícola. Piden una regulación del sector, la reducción de hectáreas dedicadas a la agricultura intensiva y la apuesta por un modelo más sostenible, que sea compatible con el ecosistema de este entorno natural único en el Mediterráneo.
“La idea no es que no lleguen los nutrientes, sino que no se produzcan. Y para ello hay que tomar medidas allí donde se originan, porque si no, siempre tendremos lo mismo. Otras soluciones serían parches”, dice.
El también profesor del Departamento de Hidrología y Ecología de la Universidad de Murcia, Andrés Millán, coincide con su compañera en que el origen no está en la dana, sino en la anoxia de los fondos de la laguna detectada semanas antes. Y destaca que el principal problema sigue siendo la entrada de nutrientes procedentes de la agricultura intensiva de la zona.
“La entrada excesiva de nutrientes está limitando los procesos fotosintéticos normales y la producción de oxígeno. Y hasta pequeñas lluvias pueden provocar la agudización de esos desajustes”, afirma.
Y lamenta que, aunque el origen del problema es “evidente”, no termina de decirse de forma clara debido a los intereses económicos del sector de la agricultura intensiva.
En este sentido, la profesora del Departamento de Ciencias del Mar y Biología Aplicada de la Universidad de Alicante, Francisca Giménez Casalduero, defiende establecer una moratoria en el sector agrícola. Algo parecido a los paros biológicos que realizan los pescadores, para acometer medidas de limpieza de los suelos y retirada de nutrientes mediante técnicas de restauración ambiental conocidas y que dan buenos resultados. Sería un punto de partida, que abriría una etapa nueva en la manera de entender la relación del entorno del Campo de Cartagena con el Mar Menor.
Porque lo que la laguna necesita, según opinan todos los expertos consultados en este reportaje, es que cese la entrada de nutrientes, origen de la eutrofización que está mermando un ecosistema único. Porque la situación de deterioro está muy avanzada y de no tomar medidas drásticas, posiblemente se llegue a un punto en el que el propio ecosistema no tenga capacidad de recuperación.
¿Se puede recuperar el Mar Menor?
Sin embargo nadie quiere hablar de que el Mar Menor está a punto de morir, porque este entorno ha demostrado una capacidad de recuperación asombrosa, como un enfermo grave que se agarra a la vida, a la espera de que le llegue la medicina que le permita remontar de su situación.
El presidente de ANSE, Pedro García, así lo cree y considera que resulta muy peligroso extender la idea de que el Mar Menor está muerto. Considera que esta posición supondría la muerte real del ecosistema, ya que se instalaría una desidia tremenda, que podría acabar en un abandono todavía mayor de las acciones en defensa de la laguna.
“Hasta ahora había mucha gente que pensaba que no era tan grave, que se recuperaba… pero ha ocurrido que la gente, sin que se haya muerto el Mar Menor, ha visto la muerte en la orilla”, dice Pedro García.
El responsable de esta organización conservacionista cree que la mortalidad de peces ha provocado una reacción nunca antes vista en la gente de la zona y asegura haber visto a mucha gente llorando en la orilla, contemplando el espectáculo dantesco que miles de peces muertos.
Cierre de pozos y desalobradoras ilegales
Es por ello que una coalición, integrada por ANSE, Cofradía de Pescadores de San Pedro del Pinatar, Ecologistas en Acción, FAVCAC, Pacto por el Mar Menor, SEO/BirdLife y WWF, solicitaron a la ministra para la Transición Ecológica en funciones, Teresa Ribera, el cierre de todos los pozos y desalobradoras ilegales que han funcionado bajo la impunidad durante 25 años.
De la mano de esta medida, las organizaciones solicitan la reconversión de una agricultura intensiva que incumple normativas, en especial las relativas al uso de fertilizantes y nitratos.
Otra de las medidas que trasladaron a la titular del MITECO fue la necesidad de renaturalizar el entorno del Mar Menor, que comprende la restauración de los cauces de las ramblas a su estado original o la creación de un cinturón verde entorno a la laguna que incluya una red de filtros verdes. Y también, un control sobre la expansión urbanística en el entorno cercano a la laguna.
Agresiones iniciadas en los años 70
La del Mar Menor es una historia de agresiones. Un entorno de una riqueza ambiental única, considerado como una joya para el turismo. Una gallina de los huevos de oro, a la que se le están arrancando todas las plumas. Las agresiones arrancaron a finales de los 70, con un desarrollo turístico y urbanístico voraz, con el que se construyeron puertos deportivos, se dragó el Estacio y se realizaron regeneraciones de playas. Más adelante, la agricultura intensiva condujo a la eutrofización, que provocó las crisis de las medusas, atraídas por la gran cantidad de nutrientes existentes en estas aguas y, en 2016, la conocida como la ‘sopa verde’, proceso por el que las aguas cristalinas de la laguna adquirieron un tono verdoso con motivo de proliferación de fitoplancton. Y cuando parecía que se estaba recuperando (solo en apariencia), llega esta mortalidad de peces, que ha estremecido a todos y que supone otro hito en una historia llena de golpes bajos.
El Mar Menor está muy cerca de un punto de no retorno, de dejar de ser lo que fue hace tan solo unas décadas. Y de todos depende darle la vuelta a la situación: de la sociedad, de los agricultores, pero, sobre todo, de los dirigentes políticos, que tienen la obligación de escuchar a los científicos, para conservar un espacio natural que se ha erigido como una de las señas de identidad más reconocibles. No hay tiempo, se necesitan medidas urgentes y drásticas, para conservar un ecosistema único, del que depende gran parte de la población que vive en torno a su orilla.