La experta Virginia Bosquet, responsable de la bodega Bosquet de Laujar, realiza una cata con los alumnos que participan en el curso de verano “Enología en la comarca vitivinícola Laujar-Alpujarra”.
En la cata se han analizado seis vinos diferentes, todos de su bodega, tres blancos y otros tres tintos, con el objetivo de que los participantes aprendan a diferenciar los importantes matices que distinguen a unos caldos y a otros.
Bosquet ha explicado que existen varios elementos para el ritual de una cata de vinos: tener un fondo blanco, unas copas de cristal, unos picos de pan y agua. El primero de ellos, ha señalado, es “muy importante” porque es fundamental en un vino apreciar su aspecto visual: “Hay que inclinar la copa hacia adelante. No levantarla, eso es un error, porque puede confundir el color del vino con el resto de colores que haya en la sala”. El tipo de copa también influye. Es mejor, dice esta experta, una copa ancha de abajo y estrecha de arriba que permita una mejor concentración de aromas y con un cristal lo más fino posible porque así se captan los olores y sabores del vino de manera más definida. Los picos de pan y el agua sirven para anular el sabor del vino anterior cuando se realiza una cata con varios tipos de caldos, para que los matices de uno no perturben los del siguiente.
En el aspecto visual hay que tener en cuenta el color, el matiz, la intensidad, la limpidez y la fluidez, según señala esta enóloga. Los vinos blancos jóvenes tienen un color amarillo que va desde el pálido hasta el verdoso, pasando por el limón, el pajizo o el dorado. Si el vino ya no es tan joven toma tonalidades doradas y si ha envejecido adquiere un color asalmonado, signo de que el caldo se ha oxidado y ya no está bueno.
En cuanto a los tintos, el color de los más jóvenes parte de un color mora con tonos azulados, muy intenso y muy oscuro que se aclara a medida que el vino toma madurez. De ese color se pasa a un rojo picota, cereza, rubí, granate, marrón o ladrillo, dependiendo del tiempo que tenga el caldo. Es el caso de los vinos más viejos, que presentan incluso tonos terrosos. El color, apunta Bosquet, sirve para “saber qué edad tiene el vino”.
La enóloga también señala que los vinos que se consumen están muy filtrados para que lleguen “muy limpios” y “fluidos” al mercado. “El vino envejece y conforme lo hace, pierde color y ese color no se evapora, sino que precipita en la botella y por eso a veces aparecen sedimentos”, ha explicado la enóloga de bodegas Bosquet durante la cata, añadiendo que si el vino pasa por madera y no se oxigena lo suficiente, se pierden muchos matices.
Otra de las cualidades que los alumnos han aprendido a identificar es la intensidad del vino, que solo se aprecia en los tintos, puesto que blancos y rosados son transparentes. “Es lo que se llama la capa del vino y es tan fácil como poner un dedo delante de la copa y que no lo veamos. Evidentemente, cuanto mejor sea la uva, mejor será el vino. Un vino de gran calidad exige poca uva en cepa para que el mosto que se obtenga esté mucho más concentrado y tenga más aromas”, explicó la enóloga.
A lo largo de la tarde, los alumnos han podido profundizar en más aspectos. Por ejemplo, han averiguado que el único producto químico que se añade al vino y se queda en él es el sulforoso, azufre que mata bacterias y que sirve además como conservante, aunque es indetectable tanto en nariz como en boca.
La enóloga Patricia Bosquet asegura que esta zona vitivinícola (la formada por Laujar, Alcolea y Fondón) es un lugar privilegiado por sus características naturales y porque las vides no tienen enfermedades. “El único producto que se utiliza es el azufre en polvo, tanto en viñas ecológicas como en las que no lo son porque previene el oidio, la ceniza que ataca a estas plantas”. El vino ecológico también lleva sulfuroso aunque la única diferencia respecto al vino convencional es la dosis utilizada.