El 9 de mayo se celebra el Día de Europa, coincidiendo con el aniversario de la firma, en 1950, del documento fundacional de la Unión Europea. Con motivo de esta efeméride, Gustavo Palomares Lerma, catedrático europeo Jean Monnet en Políticas y Cooperación de la Unión Europea, profesor de Relaciones Internacionales en la UNED y, en la actualidad, director del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado, analiza la trayectoria sociopolítica de la UE, así como el futuro al que debe aspirar Europa ante los acontecimientos actuales.
Coincide este día de Europa de 2024, justo a un mes de las elecciones al Parlamento Europeo, con una guerra en plena ebullición en Ucrania y con la operación militar israelí desproporcionada en Gaza; expresión ambos conflictos del actual totum revolutum en el orden global caracterizado por la pérdida progresiva, pero inexorable, del liderazgo de Estados Unidos -mucho más si encima llega Trump a la Casa Blanca en noviembre- y un ascenso de la influencia de China y Rusia en todo el mundo.
Ante esta situación bélica que pone a Europa y al futuro orden global en la encrucijada, la solución no puede ser otra que “Más Europa”, lo que supone dar el paso de mayor calado integrador en los últimos treinta años: conseguir, de una vez por todas, una Europa social y ciudadana que permita ser un actor estratégico global creíble y confiable. Ese fue el encargo de la Conferencia para el futuro de Europa que cerramos hace unos meses: poner en marcha la reforma de los Tratados para propiciar una verdadera “refundación” del proceso integrador.
Sin embargo, una posición decididamente europeísta, para que sea realista, debe partir de la imprescindible crítica científica que es la naturaleza propia del saber universitario y, por lo tanto, característica de toda institución pública comprometida con el avance social y europeo, como lo es la UNED, y de un centro europeo de pensamiento comprometido con la Paz, la Seguridad y la Defensa, como es el Instituto General Gutiérrez Mellado.
Desde esa crítica constructiva es necesario señalar que una parte significativa de una ciudadanía euroenfadada -que no euroescéptica- se encuentra perpleja al observar cómo esas élites políticas y económicas europeas, en coordinación medida con esas instituciones financieras en la sombra -como hizo Zeus disfrazado de toro en la mitología griega-, han raptado Europa para cobrar el rescate a los Estados con los ciudadanos más débiles. Cómo se puede explicar a nuestros próximos electores en un Día de Europa, especialmente los más jóvenes, la utilidad de un proceso de integración en donde las nuevas generaciones se encuentran abocadas al ostracismo laboral o al destierro.
Esta situación que es necesario atajar, como es evidente, supone un caldo de cultivo adecuado para el ascenso del populismo más conservador en todo nuestro continente, de Norte a Sur, pasando por el centro e incluyendo a los nórdicos, contagiando a algunas de las personas a la cabeza de las instituciones europeas que incluso manejan el apoyo de los grupos de la extrema derecha presentes en Bruselas y Estrasburgo para seguir encabezando la mismísima Comisión Europea.
El ciclo más largo de prosperidad y cooperación
Dicho esto, es necesario señalar que el proceso de integración en Europa es el mejor invento y el mayor logro de nuestro continente en toda su historia; el que ha permitido el ciclo más largo de prosperidad y cooperación entre sus Estados desde que nacieran las distintas realidades nacionales, y con ellas, los conflictos y guerras permanentes a lo largo de los últimos siglos.
Tampoco sería justo desconocer la gran labor desarrollada por la UE y concretamente por el Parlamento Europeo en estos años; los más duros para la ciudadanía, especialmente en ámbitos sensibles para aquellos sectores más golpeados por la crisis. Para eso dimos la lucha desde 1979 -una vez que pudimos elegir directamente a nuestros representantes-, para dar solución al denominado “déficit democrático”, para colocar a la ciudadanía como motor de este proceso de integración incluso, por encima de Estados y de patrias; los más ingenuos llegamos a acariciar la idea de que el rango jurídico de esa ciudadanía elevado a norma en el Tratado de Maastricht sería el punto de bóveda de una Europa unida y federal. Eso sí, tenemos bandera, himno, pasaporte, moneda, Eurovisión, UEFA… pero, sin embargo, lo cierto es que hay una parte destacada de esa ciudadanía que pasa del proceso integrador.
Llegados a este punto, es honesto reconocer -para encontrar soluciones urgentes- que no hemos sabido propiciar el debate participativo, informar adecuadamente, buscar la complicidad y no sólo cada 9 mayo, Día de Europa, o cada cuatro años que debemos votar para las europeas. Tenemos que ser capaces de propiciar un proceso de legitimación que vaya de abajo a arriba: de la ciudadanía a las instituciones y gobiernos de la Unión. Sobre todo, en momentos especialmente delicados como es este, con un conflicto como el de Ucrania abierto desde hace dos largos años en nuestro continente.
La paradoja de la guerra en Ucrania
Estamos viviendo una increíble paradoja. La guerra en Ucrania ha conseguido lo que no había sido posible desde que el Tratado de Maastricht, hace ya treinta y dos años, instaurara la Política Exterior y de Seguridad Común ambicionando una futura Europa de la Defensa: la unidad de los dos modelos irreconciliables históricamente en el seno de la Unión respecto a la ejecución de las acciones comunes en esta materia. Por primera vez, en más de seis lustros, este conflicto ha propiciado la unidad -arrastrando los pies, pero unidad, a fin de cuentas- de los Estados de la Unión frente a la agresión y a la amenaza real de Putin en nuestro continente. Y también, lo que era absolutamente impensable pocos años atrás: el liderazgo alemán en la ayuda europea a Ucrania y su voluntad para ser también motor de la Europa de la Defensa.
Algo parecido a lo que pasó con el nacimiento del “euro” y su efecto en la consolidación del poder económico, comercial y financiero -por lo tanto, político- de la recién UE nacida en Maastricht, hacerla creíble y más potente ante el resto de los actores. Ese mismo debe ser el objetivo ahora: hacer de la Europa de la defensa y de la seguridad el punto de bóveda de la construcción futura del proyecto federal europeo.
En la gestión que haga la UE de este conflicto en Ucrania, de forma especial si Trump gana la presidenciales de noviembre, se encuentra el principal factor de integración política de la Unión y las posibilidades futuras para ser un actor influyente en la gobernanza global; solo aprovechando los pasos ya dados a lo largo de estos dos años bajo el nuevo liderazgo alemán, será posible una Europa de la seguridad y defensa dentro de una autonomía estratégica imprescindible para el futuro de Europa y del pilar europeo OTAN.
Priorizar la Europa social no quita también llevar a cabo, de forma subordinada, las tareas que tenemos pendientes: avanzar en la unión monetaria, democratizar el funcionamiento de todas las políticas de la Unión -también de la PESC y de la Política Común de Seguridad y Defensa-, establecer el necesario rigor presupuestario y cumplir con el calendario de la unión bancaria. Son muchos los ciudadanos que pensamos necesario responder con firmeza y peso a los grandes retos económicos, políticos, diplomáticos y militares que tenemos por delante; para ello, Europa no es el problema, sino que, por el contrario, más Europa es la única solución; la cuestión es definir qué tipo de Europa es la que deseamos construir.