De Coronado a Oñate, españoles olvidados en el septentrión novohispano buscando el paso hacia la China

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Estandarte Real de Don Juan de Oñate en los actos conmemorativos en abril de 1998, El Paso y Santa Fe, Texas.

Artículo de José Antonio Crespo-Francés, Coronel de Infantería y doctor cum laude en Artes y Humanidades por la Universidad de Navarra. Es un incansable investigador sobre la presencia española en América y el Pacífico, y un comprometido con la recuperación de la memoria de los personajes olvidados.

En este libro rescato algunos de los hechos protagonizados por los primeros españoles que llegaron al Septentrión de lo que fue el virreinato de Nueva España, es decir el Suroeste de los actuales Estados Unidos de América.

La estatua ecuestre más grande del mundo, dedicada a Juan de Oñate en El Paso. Es obra de John Houser.

La historia de España en el suroeste de los EE UU implica un relato repleto de ilusiones, dificultades y de frustraciones por parte de aquellos primeros exploradores y colonos que, con sus familias, trasplantaron desde sus corazones la tierra de sus orígenes en la península ibérica sembrando en la nueva tierra los topónimos de sus lugares conocidos en España y, sobre todo, aquellos que reflejaban sus creencias más profundas inspiradoras de sus vidas y de la decisión firme de asentarse para permanecer en aquellos lejanos territorios con sus familias.

Este territorio norteamericano constituye en sí una amplia región continental que comprende unos territorios de extrema climatología, más calurosos que los estados del norte y más secos que los estados del este. Su población se reparte de manera irregular en poblaciones, ciudades y pequeños asentamientos de una densidad relativamente baja. En esta tierra se fueron produciendo sucesivas exploraciones frustradas o fracasadas pero que generaron un caudal informativo que ayudó a crear la base del éxito en futuras expediciones.

Los primeros europeos en explorar y colonizar estos vastos territorios fueron los españoles tras la creación del virreinato de Nueva España, cuyo primer virrey, don Antonio de Mendoza, dio inicio al cumplimiento de las directrices marcadas por la Corona para la exploración, asentamiento y poblamiento de los nuevos territorios adquiridos al amparo del Tratado de Tordesillas y siempre en peligro frente a las apetencias de otras potencias europeas, peligro que siempre estuvo presente hasta la emancipación.

Tras el itinerario épico de Cabeza de Vaca y el relato con sus noticias de la nueva tierra, Francisco Vázquez de Coronado sería el encargado de acometer el primer embate explorador, entre 1540 y 1542, esfuerzos que irían siempre acompañados de reconocimientos marítimos como el del andaluz Juan Rodríguez Cabrillo, natural de Palma del Río, y actualmente apropiado como portugués, ejecutor de la primera exploración costera del océano Pacífico hacia Las Californias entre 1542 y 1543.

Tras ellos, Juan de Oñate en 1598 se convertiría en el fundador de Nuevo México, dirigiendo expediciones hacia el Pacífico y las Grandes Llanuras, siendo su componente naval la expedición de Sebastián Vizcaíno, pues el objetivo de todas esas expediciones era el de encontrar un acceso mediante un brazo de mar que uniera por el norte ambos océanos, el mar del Norte y el mar del Sur.

Portada del libro de José Antonio Crespo-Francés editado por la Editorial Actas. (www.actashistoria.com).

A lo largo del trabajo se ha pretendido acompañar el texto con diferentes imágenes, mapas y croquis con los que hacer más amena la lectura y comprensión del escenario geográfico. Desde el primer momento insisto en que hubo una decisión de permanecer sobre el terreno, pero teniendo en cuenta que América fue un obstáculo inesperado en el itinerario a Asia por Poniente, y ese objetivo, a pesar de todo, se mantuvo durante toda la presencia española en América, intentando buscar posibles accesos interoceánicos del Atlántico con el Pacífico y viceversa, tanto por el norte, por el centro, como por el Sur de América, desde Cortés hasta la Ilustración en que se intentó por la costa noroeste del Pacífico.

Otro de los puntos a destacar es señalar la visión de futuro y perspectiva del conjunto de los virreyes en cumplimiento de las directivas emanadas de la Corona a través del Consejo de Indias. Todas las expediciones deben ser consideradas como un todo, no se trataba de expediciones independientes de aventureros sin control alguno, nada más alejado de la realidad, pues se debían firmar asientos y contratos especificando todo lo que se debía hacer y aportar, teniendo la obligación de ir recogiendo información en una Relación desde el primer momento en que se iniciaba una expedición, pues todo aquel que las emprendía sin autorización de la Corona era perseguido, capturado, juzgado y severamente castigado, y todos los adelantados y virreyes debían sufrir un juicio de residencia una vez terminado el ejercicio de su cargo.

Quizá pueda haya sorprendido o les hayan parecido demasiadas citas a personas, fechas y lugares pero con ello solo se pretende poner de relieve que todo ello no fue fruto de la casualidad ni de empresas aventureras personales sin coordinación alguna, nada que ver con posturas ideológicas negrolegendarias que inundan, por desgracia, cierta historiografía, que niegan la capacidad de creación cultural de España y su legado positivo, estableciendo un imaginario de masacradores de culturas, esquilmadores de territorios y pueblos nativos a manos de buscadores ansiosos de oro y riquezas y que se traduce en la negación a todo un pueblo, de forma amplia y genérica, de cualquier carácter positivo y de la posibilidad de generar cultura y aportar avances al conocimiento universal de la especie humana.

Vacas peludas. Francisco López de Gomara. Historia General de Las Indias. 1554.

No es el ánimo de este y otros trabajos entrar y arañar sobre antiguas y emponzoñadas polémicas creadas en torno a la exploración, poblamiento y asentamiento español, tanto en América como en el Pacífico, ni crear una leyenda rosa sino dejar claros los errores e interpretaciones interesadas sobre la exploración y colonización española buscando un justo equilibrio y juicio imparcial además de subrayar la existencia desde el principio de una profunda preocupación científica que generó una serie de aportaciones españolas en materia de Ciencia que ayudaron al desarrollo de la Cartografía y la Cosmografía entre otras.

Por ello no debemos caer en el mismo error de descalificar de forma genérica a todos los participantes en las acciones inglesa, francesa, holandesa o alemana a lo largo del mundo aunque sí poner de manifiesto que la “misión general” encargada por el Papa a la Monarquía hispánica, reflejada en los dos inmensos tomos de Bularios custodiados en el Archivo General de Indias en Sevilla señalan el rasgo principal de lo que fue la colonización española.

Las otras expansiones tuvieron un espíritu exclusivamente comercial al amparo de compañías privadas, exitosas agrupaciones de comerciantes, cuya inicial y cara inversión, que es la exploratoria, ya estaba prácticamente realizada por los españoles.  Esa misión general fue la que con naturalidad llevaba a nombrar el lugar recién descubierto con el santo del día o que al encontrar dos montes o islotes parejos, en vez de llamarlos Tetons Mary, se le ponía San Pedro y San Pablo o San Cosme y San Damián.

El componente moral propició que los nativos, al margen de abusos que serían duramente castigados como aquel brutal Nuño de Guzmán fundador de Nueva Galicia, fueran considerados desde el principio vasallos libres de la Corona, como cualquier otro súbdito, reconociéndose incluso antes la nobleza indígena que la de los beneméritos de Indias, y esa condición estuvo amparada por un extenso corpus legislativo que nace desde las Ordenanzas de Burgos de 1512 y Valladolid de 1513, y que se plasmó en las Leyes de Indias no sin duros debates de la Escuela de Salamanca  que se verían en la Junta de Valladolid de 1550 y 1551 donde se enfrentaron dos formas antagónicas de concebir la conquista de América. Este empeño del poder político en el trato justo a los indígenas no se dio en ningún otro caso. No ocurrió en el caso de Portugal ni en el de Francia, y mucho menos en la posterior colonización anglosajona.

Se llevó lo que se consideró era lo mejor de nuestra organización, instituciones y ciudades con sus innovadores diseños a cordel, no se llevaron las ciudades medievales apiñadas sobre una roca sino que plasmó el sueño de un orden renacentista que se fusionó con el arte local, y ahí queda la prueba de los inigualables barrocos hispánicos del Perú y de México, en la arquitectura, la pintura y la música como mínimo.

Estrecho de Anián, utilizado para una parte del supuesto Paso del Norte desde el océano Atlántico hasta el Pacífico.

El recuerdo de estos eventos, que no solo son Historia de España sino que son Historia Universal, debe ser considerado como una inestimable oportunidad para generar y renovar flujos de intercambio de doble dirección, en todos los ámbitos del conocimiento y la economía, entre España y las tierras en las que quedó la huella de aquella exploración, «asentamiento y poblamiento» tal como ordenaban las Leyes de Indias, y del galeón de Manila o nao de la China.

Thomas Jefferson, uno de los Padres Fundadores de los EEUU de América, decía que “la historia más antigua de los Estados Unidos está escrita en español” idioma que a juicio de Jefferson todo norteamericano debería conocer.

John F. Kennedy, reconociendo esa falta declaró en 1961 a los asistentes al Seminario Internacional de Archivos: «Siempre he pensado que una de las grandes necesidades de los americanos de este país en su conocimiento del pasado, ha sido su conocimiento de la influencia española, su exploración y desarrollo a lo largo del siglo XVI en el suroeste de los Estados Unidos, lo cual constituye una historia tremenda. Desafortunadamente también, los americanos piensan que América fue descubierta en 1620 cuando los peregrinos llegaron a mi propio Estado y olvidan la tremenda aventura del siglo XVI y principios del XVII en el sur y suroeste de los Estados Unidos».

Aunque en ambientes culturales anglosajones norteamericanos se habla del siglo perdido o periodo oscuro para referirse al espacio temporal que cubre entre la llegada de Colón en 1492, y la arribada de los Peregrinos en 1622, olvidando que las dos primeras Acciones de Gracias, Thanksgiving Day, de los EEUU de América fueron celebradas en Florida (1565), por el capitán general y gobernador Pedro Menéndez de Avilés, y en Nuevo México (1598), por Juan de Oñate, siendo ambos, en su doble condición de capitán general y gobernador, el antecedente más antiguo de la Guardia Nacional de los EEUU, hemos de concluir que en absoluto fue un siglo perdido.