De las independencias fallidas y tutelabas por potencias extranjeras a la esperanza de una integración iberoamericana a largo plazo

Por Luis Velasco Martínez. Profesor de Historia Contemporánea en la Facultad de RRII de la Universidad de Vigo Universidad de Vigo. luis.velasco.martinez@uvigo.es

Desde que se inició el proceso de independencia de los antiguos territorios americanos de la Corona española, su integración regional ha sido un objeto de discusión. Los procesos de construcción nacional que se pusieron en marcha en los nuevos estados pronto crearon unas mitologías nacionalistas que los enfrentaron, en un primer lugar con la antigua metrópoli, y acto seguido con sus propios vecinos.

Brasil se independizó unido, e Hispanoamérica dividido tutelados por potencias extranjeras

Mapa de hispanohablantes en el mundo. Fuente: wikipedia.

La unidad lingüística que todavía pervive en la gran mayoría del continente americano, y a la que parece acercarse la lengua portuguesa de Brasil fuertemente sumergida en un marco hispanoparlante, no fue acompañada de una unidad de ningún otro tipo. Al contrario, lo que se produjo en algunos casos fue una ambición expansionista de algunos de los nuevos actores independientes, o procesos de segregación como el de la región centroamericana. Todo ello en el marco del creciente intervencionismo de las nuevas potencias en ascenso.

Son varios los nacionalismos iberoamericanos que tuvieron pulsiones irredentistas. Ansiaron ampliar sus fronteras hacia territorios vecinos. Por supuesto la justicia de estas ambiciones es defendida todavía con tanta vehemencia por unos como combatida por sus contrarios.

El siglo XIX trajo una ruptura civil, política y geográfica en el seno de los antiguos territorios de la Monarquía española en América. También el alejamiento esperable de las nuevas repúblicas de la antigua metrópoli y sus influencias. Los mitos fundacionales de los nacionalismos de los nuevos estados se fundamentaron, necesariamente, en la mitología de las independencias y la superación del dominio extranjero.

La antigua metrópoli fue vista como el enemigo causante de todos los males; mientras tanto, en el caso de Brasil y Portugal el proceso de ruptura fue más pactista. Esta diferencia significó que el Estado brasileño se construyese de forma paralela al portugués y que no tuviese que buscar modelos institucionales e incluso legales y jurídicos en otras tradiciones ajenas a la órbita lusa.

Tras la fragmentación del Imperio español no sólo Méjico perdió la mitad de su territorio a manos de Estados Unidos. Hispanoamérica se desangró en guerras civiles, y los territorios del sur perdieron grandes cantidades de territorio a favor de Brasil, que sí consiguió una independencia “amigable” con Portugal y no necesitó de relatos basados en mitos fundacionales falsos para construirse.

Esto fue lo que pasó entre los territorios desgajados de la Monarquía española con respecto al Estado contemporáneo que se construía en la Península Ibérica. La ruptura jurídica e institucional resulta evidente y se pueden identificar perfectamente los modelos importados. El desarrollo del Estado español se hizo de forma paralela al desarrollo de los estados americanos sin demasiados puntos de convergencia, pese a que en un inicio la constitución doceañista tuvo un impacto enorme sobre el primer constitucionalismo americano, también sobre el brasileño.

La normalización de las relaciones entre España y su antiguo imperio en América se fue realizando de forma progresiva a lo largo del siglo XIX, con momentos de recrudecimiento de las tensiones, momentos de acercamiento, algunas intervenciones militares y el horizonte de los movimientos independentistas en sus últimas posesiones caribeñas condicionándolo todo.

Un contexto que siempre estuvo bajo lupa de la ambición hemisférica de los Estados Unidos y de otros actores europeos dispuestos a ocupar una posición de preminencia en la región, bien de manera económica (Reino Unido), cultural (Francia) o incluso migratoria (Italia).

Esta conjunción de intereses foráneos en el territorio de la América hispanoparlante no ayudó a la creación de un marco de integración política o por lo menos de colaboración entre los diferentes estados, es más, obró en su contra.

Entre otros, podríamos señalar el ejemplo de la injerencia Estados Unidos en la independencia panameña ya en el siglo XX como evidencia.

La herencia del proceso de independencia, los procesos de construcción nacional y desarrollo del Estado moderno, así como las injerencias externas se convirtieron en un enorme impedimento para el desarrollo de políticas de integración regional que, por otra banda, tenían partidarios o ideólogos poco numerosos o poco influyentes.

Latinoamérica, Iberoamérica, Hispanoamérica, germen de una conciencia regional

El siglo XX, sin embargo, supuso de alguna forma un revulsivo. La idea de Latinoamérica, el Iberoamericanismo e incluso el Hispanoamericanismo, aunque eran ideas llevadas desde fuera al continente americano, ayudaron a crear una conciencia regional que se fue desarrollando y arraigando. Así nacieron diferentes propuestas de integración regional.

Estados Unidos impulsó un primer proceso de institucionalización de un germen de sistema de integración americano en 1890. La Unión Panamericana de 1890 fue el antecedente de la posterior Organización de Estados Americanos creada en 1948. Ambas organizaciones debemos comprenderlas en el marco de la Doctrina Monroe y del papel hegemónico que los Estados Unidos han aspirado a tener en el continente casi desde su fundación.

La Francia de Napoleón III popularizó el concepto de América Latina en contraposición a la América Anglosajona, mientras que desde el cuarto centenario del viaje de Cristobal Colón el término hispanidad y el hispanoamericanismo se comenzaron a extender.

En el contexto de la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial empezamos a encontrar las primeras referencias hacia la idea de Iberoamérica. La conmemoración del V Centenario en 1992 trajo una revalorización del término, poniéndose en marcha una interesante operación de soft power por parte de España para estrechar lazos económicos, culturales, políticos y educativos con los países con los que compartía idioma.

Mapa de España en 1812, antes de las independencias. Tras la ruptura, el desarrollo del Estado español se hizo de forma paralela al desarrollo de los estados americanos sin demasiados puntos de convergencia, pese a que en un inicio la constitución doceañista tuvo un impacto enorme sobre el primer constitucionalismo americano, también sobre el brasileño.

La constitución española de 1978 le daba un papel relevante en ese sentido a la Corona, motivo por el cual las Cumbres Iberoamericanas y la Secretaría General Iberoamericana se convirtieron en una prioridad para esta institución. En el marco de estas actividades, fomentar los procesos de integración en el continente pareció convertirse en un objetivo oportuno además de legítimo.

La Transición a la democracia en España fue seguida por transiciones a la democracia en toda América durante la década de 1980 y los primeros años noventa. El ejemplo de la Transición española se presentó como un modelo que facilitó la integración europea. Los procesos de integración regional americana, por tanto, parecían destinados a completar también la modernización política y económica de los países americanos. España quiso formar parte de este proceso, reivindicando una cierta posición como primus inter pares dentro de la comunidad.

A mediados del siglo XX ya habían surgido algunos procesos de integración regional, singularmente la Organización de Estados Centroamericanos (ODECA) en 1951 y el Pacto Andino en 1969. En 1991 el primero se convirtió en el SICA y en 1996 la segunda en la Comunidad Andina. Por su parte, también en 1991, se fundó MERCOSUR.

El camino de la integración económica a la que aspiraban estos procesos parecía querer emular el ejemplo de la integración europea. Así, la integración económica parecía poder abrir la puerta al estrechamiento de relaciones a todos los niveles para, en un horizonte por definir, iniciar el camino hacia la integración política regional.

No obstante, este proceso se encontró con enormes dificultades y con la aparición de terceros actores a través de la firma de acuerdos de libre comercio. Ya en el siglo XXI, la creación de UNASUR pareció acelerar la posibilidad de procesos de integración que superasen los márgenes económicos, pero a la postre hemos visto que se trató de otra iniciativa caída en saco roto.

Los diferentes procesos de integración económica y política que se han ido sucediendo en América a lo largo de la Edad Contemporánea, ya sea de carácter hemisférico o mesoterritorial, no han parado de encontrarse con impedimentos que han ralentizado o a la postre impedido su éxito.

A punto de finalizar el primer cuarto del siglo XXI, parece un momento adecuado para hacer un alto en el camino y plantearse algunas preguntas sobre los procesos de integración americana, analizándolos desde las ópticas regionales y hemisféricas, intentando identificar los motivos que han frenados estos procesos y dinámicas de integración a los que hemos hecho referencia, así como las oportunidades que se abren para las próximas décadas.

Es en este escenario en el que, además, España debe realizar una valoración sobre su papel en todo este proceso. También en los retos que se le presentan por delante para continuar participando en los procesos de integración americana y cómo estos pueden ser compatibles con la creación de una identidad y un polo geopolítico que puedan ser definidos claramente como iberoamericanos.