Voluntad de cambio en el modelo energético

    Albert Einstein dejó para el futuro una reflexión que siempre deberíamos tener en cuenta, pero aún más en momentos en los que todo el planeta ha aprendido a situar en el mapa a Fukushima, una pequeña población de la que jamás oímos hablar la inmensa mayoría. Me refiero a aquello de que hay una fuerza motriz más poderosa que el vapor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad. Y es precisamente de voluntad de lo que tenemos que hablar si realmente queremos encontrar modelos alternativos a la energía nuclear por sus de sobra conocidos riesgos o al petróleo fósil y sus incontrolables emisiones.

    Si hablamos de energía tenemos que tener en cuenta que el principio fundamental que requerimos de ella es su capacidad de almacenamiento y densidad, y bajo esta lógica exigencia sólo encontramos dos modelos en nuestro actual campo de visión. Y es importante remarcar lo de “actual campo de visión”.

    Por un lado, y por popularidad actual, tenemos la nuclear, que es tan concentrada como próxima a la masa crítica, hasta el punto de que un incidente de la seriedad del que vivimos estos días en Japón, toma proporciones incalculables, con consecuencias desconocidas y, lo peor aún, extremadamente difícil de controlar.

    De otro lado tenemos la energía que nace de procesos químicos, el petróleo, con una fecha de caducidad calculada tanto por su escasez como sus efectos en el medio ambiente, porque frente a aquello que aporta en desarrollo, se lo resta en vida al planeta.

    Y como no somos capaces de ver más allá de esos dos grandes bloques energéticos, no hay más remedio que aceptar el hecho de que a día de hoy no voluntad de cambio en el modelo. Y lejos de haberla, hemos ido más allá de donde la propia lógica nos anima, porque estamos desafiando a nuestro propio planeta.

    Siempre he tenido claro que el riesgo al que nos sometemos con la energía nuclear es mucho mayor que el beneficio que nos aporta, y todo por una sencilla razón, no es una energía que generemos con los múltiples recursos que nos proporciona este planeta. Y sí, es potente y más limpia que la química, pero no es una energía de nuestra biosfera.

    Si tomamos el sol como ejemplo, nos damos cuenta que funciona como una enorme pila nuclear en la que su núcleo se fusiona, más o menos al estilo de esas centrales en las que la fisión del núcleo nos deja a un paso de la fusión.

    Pero parece que hemos olvidado que nuestra biosfera es el único lugar donde se ha desarrollado la vida vegetal y animal, precisamente porque durante millones de años ha sido preparado para ello. Y esa evolución se produjo gracias a una protección natural de las radiaciones de alto poder energético como los rayos gama, beta y otros procedentes del sol y del espacio. Esa protección generada por el campo magnético terrestre, el conocido cinturón de Van Allen, produce una armadura ionizada situada a unos 50 kilómetros de la tierra, y la alteración de esas condiciones es lo que conocemos como la desaparición de la capa de ozono.

    Nuestra gran suerte es que estamos tan bien protegidos de manera natural que no necesitamos, aún, un traje como los utilizados por los astronautas o por todo aquel que quiere acercarse a una central nuclear con problemas. Pero disfrutamos de esa particularidad porque nuestro espacio natural está perfectamente equilibrado en materia y energía, porque permite solamente los transfers de energía que nos vienen principalmente del sol. Y si hablamos del sol debemos hacerlo con respeto, porque cada segundo recibimos de él una energía equivalente a la combustión de 3.000.000 toneladas de petróleo, pero la tecnología que conocemos no nos permite utilizarla como fuente primaria pese a que es una fuente inmensa, eficaz, densa, continua e inagotable, pero no es almacenable ni transportable.

    Dicho de otra manera, cada cuatro segundos, la energía recibida del sol equivaldría al consumo diario de petróleo en todo el mundo, es decir, lo que generan aproximadamente unos 85 millones de barriles diarios que extraemos del subsuelo y que al quemarlos dejamos que liberen cantidades ingentes de C02 que desestabiliza nuestro propio ciclo natural del carbono e inicia el infernal ciclo del calentamiento global ¿Parece un callejón sin salida verdad?

    Pero no es así, hay soluciones.

    Hace aproximadamente tres mil millones de años apareció un proceso bioenergético que cambió el mundo, pasando a un sistema de transfer de energía luminosa a energía química por medio de la fotosíntesis. Ese fenómeno provocó que los organismos autótrofos creasen moléculas orgánicas valiéndose de la más formidable y única fuente de energía limpia disponible en este planeta, la luz solar, y de ahí que tengamos en el proceso fotosintético el convertidor de energía más eficaz. El oxígeno que respiramos y las largas cadenas moleculares de carbono que componen los hidrocarburos proceden de ese maravilloso proceso natural.

    Durante seis años dedicados a la investigación hemos conseguido reproducir de manera controlada ese proceso, utilizando los mismos actores de hace tres mil millones de años: la luz solar, el CO2 y los microorganismos fotótrofos. Y esa nueva energía, constante y limpia, que recicla las emisiones de CO2 neutralizando una tonelada por cada barril producido, almacenable y transportable, es una alternativa lógica y natural al modelo nuclear.

    Un reactor nuclear de 1.000 MW puede sustituirse a día de hoy por un campo generador de biocrudo producido por la luz solar como energía y el CO2 como materia prima, un campo biopetrolífero del que mana biocrudo reductor de CO2, ubicado alrededor de una central eléctrica, ocupando menos espacio que el necesario para poner a salvo a la población cercana a una central nuclear con riesgo de fugas de material radioactivo.

    Einstein hablaba de la voluntad como fuerza motriz y esa energía intangible es la que tiene hacernos abrir los ojos a las alternativas reales y tangibles de hoy día. Pero lo que debería estar claro para todos es que no vale la pena tomar un riesgo tan alto para la humanidad con el modelo nuclear, para una producción que sólo supone el 14% del consumo mundial de electricidad.

    Con voluntad o ampliando el campo de visión a la hora de contemplar alternativas, lo que es irrefutable es que desde el momento en el que hemos demostrado con procesos industriales que el petróleo se formó a partir de materia orgánica, y que esa materia está todavía disponible e intacta después de millones de años de existencia, todo es posible, hasta hablar de generar un equilibrio entre energía nuclear, petróleo fósil y biopetróleo para ir reduciendo las emisiones de CO2, o de iniciar la sustitución del modelo nuclear sin miedo a equivocarse.

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