Investigadores destacan la importancia de incluir los gases GEI en las predicciones climáticas

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De izquierda a derecha: Jose María López-Romero, Pedro Jiménez Guerrero, Sonia Jerez y Juan Pedro Montávez.

Investigadores del grupo MAR del Departamento de Física de la Universidad de Murcia, han publicado recientemente en la prestigiosa revista Nature Communication un estudio que constata la importancia de incluir el efecto de los gases de efecto invernadero (GEI) en las predicciones regionales de cambio climático.

El estudio ha sido liderado por Sonia Jerez Rodríguez, José María López Romero, Pedro Jiménez Guerrero y Juan Pedro Montávez Gómez, y en él advierten que esta práctica no se está regulando ni documentando a la hora de generar y proporcionar simulaciones climáticas realizadas con modelos de alta resolución espacial. “Nos sorprendió descubrir que algunos grandes grupos de trabajo no los consideraban”, señala la experta.

Los científicos destacan que se trata de un problema práctico, de coordinación entre grupos de modelización climática, sobre el que no existe debate científico. Sonia Jerez recalca que “a nivel global está muy estudiado y nadie discute la importancia de los GEI en el comportamiento del sistema climático. Sin embargo, a escala regional, su impacto no se había determinado hasta la fecha”, recalca la investigadora. No tener en cuenta los GEI y su incremento en la atmósfera proporciona una información climática errónea y afecta a los estudios sobre agricultura, incendios o hidrología. En este sentido, incluir o no los GEI tiene un impacto de hasta más de un grado de diferencia en las proyecciones regionales para la temperatura media. La investigadora aclara que “esta variación supone duplicar las señales de calentamiento a nivel local y podría también modificar las proyecciones que se hacen para la precipitación o los extremos de temperatura que se alcanzarán a mediados de siglo”.

José María López Romero ilustra que la dificultad para implementar el efecto de la evolución de las concentraciones de GEI en la atmósfera en los modelos climáticos reside en que “algunos vienen por defecto con concentraciones constantes, ya que están diseñados para aplicaciones meteorológicas. Para rectificarlos hay que empezar por la base y meterse en sus tripas, pero se trata de códigos computacionales muy largos y complejos”. Sin embargo, en los últimos años se han hecho bastante accesibles debido a la mejora de su interfaz gráfica y al aumento de los recursos computacionales disponibles para la comunidad científica. Ambos co-autores comentan que cualquiera con una cierta habilidad en el manejo de herramientas y soportes informáticos puede utilizarlos como cajas negras, sin necesidad de un conocimiento profundo de los mecanismos físico-químicos que rigen en la atmósfera y en el sistema climático. A pesar de la dificultad que puede entrañar, Jerez Rodríguez reivindica que es imprescindible dedicar el tiempo necesario en el diseño de las simulaciones de cambio climático para garantizar su corrección, veracidad y rigurosidad científico-técnica.

Los modelos climáticos son algoritmos matemáticos que implementan ecuaciones de la física y de la química para explicar el comportamiento, la evolución y las interacciones del sistema climático. Para  el análisis se han realizado simulaciones del pasado y del futuro, activando y desactivando el efecto de los GEI, y utilizando diferentes configuraciones físicas de los modelos. En concreto, estos gases modifican el balance radiativo: atrapan parte de la  radiación que emite la Tierra de vuelta al espacio. Esto produce un calentamiento en la superficie, lo que se conoce como efecto invernadero, que en las últimas décadas se ha visto intensificado por culpa de la actividad humana. “Mandamos el artículo a la revista Nature Communications con un análisis de 300 años simulados y nos lo devolvieron pidiendo 360 más. Con esto hemos podido corroborar mejor el mensaje, que apela a toda la comunidad de modelizadores climáticos regionales”, declara López Romero.

El estudio se ha realizado en colaboración con Marco Turco de la Universidad de Barcelona (UB) y Robert Vautard del Laboratorio de Ciencias de la Atmósfera y del Medioambiente (LSCE) de Francia.

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